Me gusta andar por las calles algo
perro, algo máquina, casi nada hombre.
MARTÍN ADÁN, La casa de cartón.
Abrió los ojos y
el techo de siempre, blanco, bienaventurado, no la noche con sus nubes
imperceptibles y frío de manos en los bolsillos, noche cruzando los brazos que
no acaba nunca. Las paredes también eran las mismas, el televisor que emitía
sonidos incognoscibles y lejanos sin parar. Imposible determinar la posición
del control remoto, imposible. Se acomodó en la única almohada con la mirada
perdida en el techo de siempre. En el primer piso trajinaban los platos y los
cubiertos, sus padres tomando el desayuno, el almuerzo, la cena, todo junto.
Claudia en la mesa de su casa, mintiéndole seguro a sus padres. Le gusta
mentir, pero su cuerpo se diluye entre mis manos con sus movimientos
suavecitos, bajo las luces opalinas que cambian de colores y dejan ver el piso
de repente, entre un zapato y otro. Un golpecito con el pie y una botella
explota, la espuma de colores por el suelo y hay que pedir perdones por aquí y
por allá. Ella también se diluye por el frío y el
monumento flaco, esmirriado que conoció mejores tiempos, cuando a uno no lo
botaba la policía. Claudia no toma, no fuma, no ama, sólo quiere ingresar a la
universidad. Habla de eso todo el día, peor los que ya ingresaron. ¿Yo?
Derecho, Medicina, Ingeniería, Poesía. Claudia mentirosa. La voz de su mamá como
en las mañanas, martes y jueves y viernes, días de matemática a primera hora.
El pantalón arrugado, azul, sucio, inalcanzable. Con Claudia no se puede ser
feliz de manera pequeña ni nada de eso. Pasa la botella y el líquido del color
de la luz a medias no la atrae, revolotea, hace burbujas y hacia la derecha.
Luego los versos improvisados, llantos, peleas. Mejor irse y contemplar las
luces que centellean a lo lejos, se apagan durante una millonésima de segundo y
nadie se da cuenta; los carros al principio son puro ruido y luego se estiran
por la calle Lima. Huele a casi nada en la calle vacía, demasiado tarde para
eso. A esta hora no dan ganas de adivinar las formas de las nubes, a esta hora
nadie sabe bien adónde va. El perro famélico, el personaje sombrío que discurre
sospechoso, uno mismo. Pronto el telón de la noche y las luces de los postes
como los cuadros impresionistas. Una inscripción en la pared larga como el
camino que no te importa, nunca la has leído, para qué. Si no fuera tan
mentirosa, falsa, bonita. Y hay que entrar despacito, sin zapatos, sin destino.
Duele insoportablemente la cabeza y el tiempo no transcurre, nunca lo hace.
por Giovanni Barletti A.
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