30 de octubre de 2014

CARTA AL INFINITO



por Juan Diego Mamanchura F.


Y es así como en este lento amanecer, empieza a florecer la rosa de los recuerdos, bajo ese suave roció de los sueños que dicen que te vuelvo a encontrar... Tu la princesa y yo el plebeyo, con mi simple rosa para poderte conquistar... pero uno tiene que despertar y es allí que el brillo del sol me cegara y vuelvo a comprender que tu ya no estas, partiste al infinito donde yo nunca podre llegar, a pesar de mi deseo eterno, se que no lo lograre por eso es que te escribo esta carta invocando al mas allá para que te la pueda entregar.

Octubre, 2014

REVISTA DE LITERATURA MOQUEGUANA II


Como ya saben la convocatoria ha terminado, y queremos agradecer a tod@s los que se enviaron sus aportes, sirva la presente para renovar la pagina que andaba olvidada. Mil disculpas, amigos.

Oportunamente haremos llegar el Indice de la Revista de Literatura Moqueguana II, para los interesados que deseen ir conociendo a los autores.

Nuevamente gracias por apoyarnos a difundir la literatura en el sur del Perú.

XD

30 de junio de 2014

EL PLATO DE CUMPLEAÑOS


por René J. Coayla


“Y es que son cosas de la vida, son cosas de tu historia.”
Porta


      Invita algo de comer pues, Java.
      En la cocina hay lomito del almuerzo, sírvete nomas.
      ¡Uy carajo, la olla está llena! ¿tienes un plato hondo?
      Busca pe’ huevón. Todo quieres también.

Y así fue como —al abrir la puertecilla de su fina estantería— di con aquel plato transparente. Lo quedé mirando pensativo, lo tomé, y al tenerlo en mis manos no pude creerlo. Era, en efecto, aquel plato de hace casi quince años. En un instante me perdí en el tiempo y de repente me encontraba en ese mismo lugar, pero en aquella tarde de agosto. Y era el cumpleaños de Javier.

Horas antes mi mamá me alisaba con gran esfuerzo el cabello ondeado. Tarea inútil: mi pelo era tan inquieto como yo mismo. Tenía puesto un jean nuevecito y un polo recién planchado. Yo me veía en el espejo al tiempo que observaba a mi madre mirando el reloj.

      Donde está tu padre que no trae el regalo. Si no llega en quince minutos nos vamos.
      Pero mamá, ¿y el regalo? No podré entrar a la fiesta sin regalo.
      No te preocupes hijo, no es necesario.
      Si lo es, mamá. Todos llevarán uno. Marlon dijo que le compró un auto de carreras a control remoto; Andy nos enseñó ayer un paquete de soldaditos y Gian Piero dijo que su papá traerá de Arequipa una pista de carreras de Hot Wells, ¡De Hot Weels, mamá!
      Hay hijo, tú no te preocupes. Ya veremos qué le regalamos.

El tiempo pasó, y papá —como siempre durante mi infancia— nunca llegó. Yo insistí hasta el final, pero ya eran casi las cinco y mamá hizo lo que nunca pude olvidar. Tomó un plato de Coca Cola que en casa nunca faltaban y me lo entregó.

      Para que me das un plato, mamá —le pregunté inocente.
      ¿Cómo que para qué? Para tu amigo pues, hijo.
      Mamá ¿Qué haces? ¿cómo voy a llevar un plato?
      No hay otra cosa, hijo. Además está nuevo, lo envolvemos en papel de regalo y ya.
      ¡Nooooo mamá! ¿Estás loca? ¡Todos se reirán de mí!
      Nadie se reirá de ti. Ni cuenta se van a dar.

Y así, entre peros y rascándome la cabeza llegué hasta la puerta de la casa inmensa de mi amigo. Él vivía en la urbanización más ficha de Moquegua, y aunque yo vivía en un aceptable cercado igual él tenía un enorme jardín en donde una parrilla calentaba y desprendía un aroma exquisito.
Estaba pensando esconder el plato, tirarlo entre los arbustos y no entregarle a mi amigo aquel extraño obsequio. Pero en ese preciso instante la puerta se abrió. Y para mi sorpresa todos mis amigos salieron a ver quién era, y qué traía.

      ¡Es René, mamá! —gritó Javier cuando me vio. Se escuchó un fuerte hazlo entrar y en ese momento Javier reparó en mis manos, que traían temblorosas esa extraña envoltura de papel brillante.
      ¿Es mi regalo? ¡Haber! —me dijo y me lo quitó de las manos. Sentí que ya se apresuraba a abrirlo. Pero no fue necesario, sólo con tocarlo me miró extrañado y me preguntó ¿qué es?
      Es un plato de Coca Cola —dije y al instante todos los demás me abuchearon con un fuerte buuuu, y se dieron vuelta de nuevo al interior de la casa. Yo miré a mi amigo e intenté sonreír. Pero de seguro el resultado fue una cara suplicante que Javier entendió bien. Porque sólo me dijo:
      Pasa, pasa…

Poco tiempo pasó para que yo olvide aquel detalle, pues al entrar a la sala de mi amigo un espectáculo de juegos se abría en medio del lugar. Había soldaditos por todas partes, mezclados con caramelos, pica pica y algunos globos que saltaron por todos lados cuando mis amigos volvieron a tirarse al suelo a seguir jugando. Al parecer en esos momentos estaba siendo armada la atracción general, la cual se erguía en medio de la sala devastando a los demás juguetes: una pista gigante de Hot Weels. Toda la fiesta giraba en ese momento en torno a la hermosa pista de color azul con carros originales y con todas sus señalizaciones en full color. Si alguno de los presentes no se encontraba luchando con los demás para poder colocar alguna pieza, formaba parte de los que se confomarban con alentar y supervisar la construcción, modificando a cada nada con críticas y jaloneos su buena arquitectura. Sólo Javier se quedó parado junto a mi, observando aquel desordenado show y sosteniendo aún mi insignificante obsequio. Sin dudar más comenzó a abrirlo y yo pensé que sería una total pérdida de tiempo. Pero para mi sorpresa él lo puso contra la luz y, usándolo para mirarme a través de el, exclamó ¡está paja!

      Es el peor regalo ―le aclaré― discúlpame Javicho. Mis viejos…
      Ya vamos a comer en un toque ―me interrumpió―, lo usaré para mi solito.

Luego de eso me lo aplastó contra el pecho y corrió al medio de la sala, y de un empujón arrimó a Marlon a un costado, cogió un autito, y lo puso con tal fuerza en la cima de la vuelta al mundo, que la pista de carros, armada de la mas extraña de las maneras, se tambaleó y en un instante, toda se vino abajo. Todos dijeron ¡uhhhh! Al tiempo que se llevaban las manos a la cabeza, lamentando la tragedia.

Me dirigí a la cocina con el plato en la mano y en ella su mamá ―a la que yo veía como toda una señora de sociedad, amable y bondadosa― lo colocó en una fina estantería, encima de otros muchos platos blancos de fina loza, y sin mas miramientos continuó batiendo lentamente una olla que olía a gelatina de fresa.

Regrese decaído a la sala. Todos habían emprendido una nueva construcción, esta vez más organizada, pues Andy iba dictando las instrucciones del manual. En un rincón temblaba una pirámide de envolturas de papel de regalo, en la cima de la cual yo coloqué la que Javier había tirado al suelo al abrir mi obsequio, tal vez el único de la fiesta con el que no se podía jugar.

Ese día, tal como dijo mamá, no interesó mi regalo. Casi nadie se percató del hecho, o al menos yo no lo volví a notar, pues los juegos y la felicidad de mis amigos me distrajeron la mayoría del tiempo, hasta poco después de la secundaria. Tampoco recuerdo muy bien lo que siguió. Pero es de hecho que se vino una atorada con anticuchos de corazón de pollo, carne y caparinas que el papá de Javier preparaba en todas sus fiestas, alardeando en todo momento de su habilidad con la parrilla, y de su deliciosa sazón arequipeña.

Guardaba esos recuerdos y ni me había dado cuenta. Todo salió a flote ahora que tengo nuevamente ése plato entre mis manos. Han pasado quince años y de seguro los carros, soldados y pistas de carrera se perdieron y no existen ya. Pero aquel plato, aquel mísero e improvisado obsequio transparente, evidencia de aquel extraño día de mi vida, estaba ahí. El peor de los regalos terminó durando para siempre, al final ni el tiempo había podido devastarlo.

Hoy pienso en mamá y le agradezco por aquella tarde. No solo me enseñó a no sentir vergüenza por ninguna cosa. Sino que ahora, después de tantos años, también me enseñaba el valor simbólico que tiene la amistad, más allá de los caros obsequios.


Junio 2014.

2 de marzo de 2014

LA CASA DE LA NOSTALGIA


por Darwin Bedoya



Giovanni Barletti (Moquegua, 1988), luego de obtener el Premio del Primer Concurso Latinoamericano de Narrativa de Género Aburrido 2013 (Organizado por la editorial independiente boliviana Género Aburrido), ha sacado a luz su cuentario La casa amarilla (Editorial Género aburrido, Colección sietemesinos, 72 pp. 2013), un libro cargado de memorias y autorretratos. Un libro construido con palabras sencillas pero muy seleccionadas, que invita al diálogo y engrandece el lenguaje de la familiaridad. La narrativa de Barletti –como él mismo–, se llena de memoria, sabiduría y compromiso con la vida y ese derrame absoluto de imaginación implicada con el lenguaje y las transgresiones de existencia necesarias para la creación de un mundo propio y emocionante. La casa amarilla –cuyo título remite, a modo de homenaje, a uno de los mejores libros de poesía escrito dentro de la vanguardia peruana por el joven Martín Adán y, de otro lado, también alude a la casa amarilla en la que viviera el retratista tocado por Dios, aquel divino loco amigo de Gauguin: Van Gogh–, es un libro fundamentalmente melancólico, no solo por ese lenguaje que colinda con la prosa poética, sino también por las fotografías escritas que hacen ver a una ciudad que es una y múltiple; real e imaginaria; de la memoria más que del presente; una ciudad, en fin, que es, o aspira ser, todas las ciudades; varios escenarios que en el fondo son uno mismo: Moquegua. En esta casa hay muchas formas en las que uno podría ordenar y presentar la vida, tal vez como alguna vez lo hubieran hecho un Woody Allen, un Quentin Tarantino, un Ingmar Bergman, un Orson Welles, un Emir Kusturica o un Martin Scorsese en alguna película. Y es que los cuentos de esta casa tienen bastante de ese aire descriptivo, tanto en los acontecimientos como en las vivencias de los protagonistas. Tanto en el muestrario de escenarios como en las escenas sutilmente elaboradas. Cada cuento tiene un toque discreto de melancolía, una historia que desborda a la razón e irrumpe en las palpitaciones. Entonces estamos frente a una casa como materia de creación literaria o cinematográfica que tiene todos los componentes para ser un material de primera calidad: es maleable, polisémico, interpretable, nostálgico, simbólico, etc. Las casas tienen una parte tangible, hecha de paredes, muros, columnas y objetos, y otra intangible, hecha de vivencias y sentimientos, es decir de huecos desde los cuales podemos explorar. Y lo más interesante es que si unimos la parte tangible con la intangible, los muros y los huecos, en cada una de nuestras casas, conseguiremos –más allá de una identificación personal o de pertenencia–, una definición de cada uno de nosotros mismos. En La casa amarilla encontramos una edificación verbal narrada con un lenguaje poseedor de los signos de la poesía. En esta morada viven personajes que empiezan a aparecer al más leve sonido de las palabras. Son personajes de carne y hueso que hacen viajes de los que muchas veces es poco posible retornar o que siempre se está retornando. Estos cuentos breves, escritos desde una mirada contemplativa, entre el amor, la nostalgia y la memoria, con un deliberado tono conversacional y autobiográfico, Barletti vendría a establecer que lo local, como afirmara Dewey, es «lo único universal». Escribir sobre lo que conocemos y que alguna vez fue muy nuestro. Escribir sobre el entorno y los lugares que nos han visto vivir y crecer. La casa amarilla no es un libro sobre espacios deshabitados. Tal vez sea todo lo contrario. Es una aproximación a un estado de cierta soledad compartida, donde la geografía, inmóvil y dinámica al mismo tiempo, activa la memoria hasta en los recovecos más impensados. A partir de estos diez cuentos, el autor reinterpreta su experiencia personal y los seres que han coexistido en ese trayecto. Personas reales o irreales, cuya sombra siempre vuelve. Si para Pessoa el ser humano era una confederación de almas, en la casa de Barletti se trata, más bien, de una coalición de lugares, de emplazamientos diversos que definen el carácter y las sensibilidades de quien se encuentra en ellos. La casa para muchos es, en definitiva, el lugar de la escritura cuando intenta ordenar aquellos espacios, ya ficticios o reales, por los que trascurre lentamente una vida en múltiples estados de ánimo que al final resultan ser la misma condición humana. La vida es una larga pregunta sin respuesta, nos dijo Paz, y La casa amarilla es la manifestación pulcra y la aceptación mesurada de que la condena de vivir es asumir la incertidumbre, saberse fragmentados desde el inicio. No busca Barletti su lugar en el mundo, sino el lugar que él quiso haber ocupado en el mundo del otro y que, al nombrarlo, alcanza esa única manifestación de su ser: ser oído en el fluir que lo contiene. Dos mundos se entrelazan: el del yo, íntimo y subjetivo, que se revela en cuentos como el que le da el título a la colección y los dos últimos: Recuerdos imperfectos y Tarde de poeta, pero, sobre todo en No había nadie en casa, son textos que se centran en el exterior, en la nostalgia y en la revisitación a los lugares de siempre, de la vida que, desde lo narrativo, hablan con cierta ironía de lo que más duele, aquello de lo que el ser humano no puede desligarse y sin embargo no puede abrazar en la eternidad. De otro lado, también está ese mundo al que no hemos podido acceder debido a que la única cartografía existente no está en nuestras manos. En La casa amarilla los relatos son polifónicos, son coros de voces antiguas, fotografías en sepia, retazos de un tiempo que transitó en su mejor momento, pero que no se ha podido olvidar y que ahora nos hablan, nos dicen que están aquí. Este es un texto vivo que se abre camino a través del desierto entre las generaciones. En La casa amarilla Barletti da de beber a las palabras, a los personajes, a las historias; las embebe, las empapa con la sangre de sus propias heridas, y es que en eso consiste escribir un cuento considerable, exactamente como los que hay en La casa amarilla.

Juliaca, febrero de 2014

ROBERT Y EL FACEBOOK

por Joel Benites D.


Chateamos ansiosos José, María, Ana Lucía y yo por un novedoso medio de comunicación: "El facebook".
Los muchachos quedan embobados al utilizar ese espacio creado por Mark Zuckerberg y fundado junto a Eduardo Saverin, Cris Hughes y Dustin Moskovitz. Primeramente era un sitio para estudiantes de la Universidad de Harvard, ahora se abre a cualquier persona con una cuenta de correo electrónico.
No es necesario enviar cartas o dirigirnos hacia algún lugar determinado para informarnos, tampoco nos esforzamos, perjudicando así nuestro coeficiente intelectual. Dejamos de lado los libros físicos, resolvemos problemas matemáticos apoyados de calculadoras y computadoras ahorrándonos esfuerzo en las tareas.
Rocío Gallegos sale rápido del salón. Yo, mientras como mi refrigerio me quedo observándola paciente, sigiloso, sin preguntarle el motivo de su ansiedad. Me dan miedo sus ojos marrones, incluso creo que está poseída. Nadie quiere juntarse con ella, ni siquiera Josefina Santillana (la alumna más sociable de la escuela) -¿Estará loca?- Repiten algunos.
Otros murmuran: -Necesita ayuda psicológica-.
Rocío ve fijamente las paredes pintadas de múltiples colores, intentando escribir algo en su cuaderno. Coge de su mochila un escrito de Nietzsche titulado: "Ecce Homo", pero pronto los deja por textos computarizados. La escuela donde ellos estudian denominada "José Ballesteros", una de las más caras del país ubicada en Miraflores tiene muchas ventajas tecnológicas. Sin embargo, cuando concursan contra estudiantes de otros centros educativos con menos recursos económicos obtienen las peores notas. No se presta la atención requerida durante la clase del día. El profesor de Lógica hace su mayor esfuerzo. El teacher es chato, de ojos gachos que no inspira ni una pisca de respeto. Por el contrario, lo tratan de peje. Ingresa a dar su cátedra y no pasa ni un minuto para que los chibolos hagan chongo.
Robert, no ocasiones desorden.- Le dice el viejo cojo con su palo en la mano.                                  –Así cualquiera se asusta- Afirma Robert.                                                                                          
No obstante, la voz autoritaria le dura poco. Los alumnos quieren botarlo, pero no pueden. El brigadier general; Lucio Bedregal, un joven responsable, puntual e íntegro amenaza con delatar a sus compañeros si vuelven a realizar las mismas fechorías.
Mierda, dejen de hacer chongo, sino les diré a sus papás que los castiguen.-
A los mocosos inmaduros les interesa un bledo sus palabras. Sólo les importa realizar fechorías; y vaya que lo consiguen. Sus cuadernos llenos de malcriadeces reemplazan a los tratados de literatura e historia.

El facebook; al principio fue creado para facilitar el trato entre las personas; agregar fotos, videos, mensajes privados y públicos, perdiendo su objetivo con el paso de los años.                                       -¿Cómo equilibrar el uso de este sitio web con los estudios?
Pregunta Rocío.   
-A mal palo te arrimas querida amiga. Yo soy tan degenerado que llevo el facebook hasta en los huesos.      
Responde Robert festejando lo dicho en vez de reflexionar.    
-¿Y no te has hecho tratar con un psicólogo o un psiquiatra para cambiar tu actitud?
Roció se muestra preocupada.    
-¡Para qué! Ellos están más locos que yo.- Dice con una sonrisa en el rostro.   
-¡Bueno amigo, que conste que te lo advertí he! Después no te quejes.- Rocío voltea la cabeza, puso un pie adelante y le quita el habla.    

Hace poco Robert tuvo una plática con Rocío muy interesante. Discutieron asuntos filosóficos, históricos y literarios. Los escritos de José Saramago lo cautivan: "Ensayo sobre la Lucidez" es su obra preferida. Desde niña le agradaron las novelas sociales: Mercedes Cabello de Carbonera, Mario Vargas Llosa y Ciro Alegría también acentúan su vocación literaria. Composiciones trascendentales como: "Blanca Sol"; "La Ciudad y los Perros" y El Mundo es Ancho y Ajeno" deberían ser obligatorias en los colegios. Le desagradan los finales felices. "Contrario sensu", Robert se inquieta por hallar un final abierto en cada cuento. No abandona la PC. Rocío lo llama a cada rato y él no contesta. De inmediato lo busca, toca el timbre más de tres veces. Parece que la casa se encuentra vacía, pero no es así. El facebook se apodera de él. La música suena a todo volumen.

Llamé a los médicos para que se lo lleven. Tocan la puerta y Robert guarda un mal presentimiento.
                      
                                                                                      18 DE FEBRERO DEL 2014