26 de agosto de 2017

EL LADO OSCURO DE MARIATEGUI

(por René J. Coayla)

"Nunca sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes"
Antes de comenzar, quiero aclarar algo: nada es cierto.
Esa noche traía como siempre varios tragos de más. Me senté frente a la laptop y comencé la bendita tesis maldiciendo a Mariátegui y el día que decidí hacerla de su "Vida, Obra y su influencia en el siglo XXI". Miré a mi izquierda y observé ese afiche en la pared, que me dieron en uno de los eventos de su vida a los que asistí. En el papel, él, con su irónica mirada profunda y misteriosa, parecía burlarse de mi.
Luego de varias horas de transcribir notas y de agregar bibliografías acerca de autores e historiadores sobre el amauta, mi cansancio me llevó a cerrar la lap y salir al bar.
En donde siempre suelo beber encontré a dos chicas de mi edad sentadas en mi mesa (es que yo tengo mi mesa preferida en cualquier lugar). Una hablaba en inglés. Me acerqué saludando y reclamando mi lugar, aprovechando que soy un eximio traductor nos reímos, coqueteamos, y terminé llevando a la rubia hasta mi pequeño muladar que hacía las veces de habitación, estudio, cocina y casi, casi baño.
Mientras la hacía gritar, gemir y maldecir en ese lindo idioma. Me percaté que su mirada, a parte de ser totalmente azul, no dejaba de ser atraída por algo en mi pared. Al terminar y mientras se cambiaba, la vi tocar el dichoso afiche y susurrar this picture looks very real, dont you think?
Al verla salir, y ya más tranquilo después del sexo. Me quedé observando el cuadro. Esa mirada... se veía tan real. La gringa tiene razón, me reí.
A la mañana siguiente intenté levantarme temprano, y cambiarme para ir un rato a la playa. Muy a mi costumbre, empecé a cambiarme desde abajo, y mientras buscaba un par de medias para ponerme grande fue mi sorpresa al ver que, a todas, absolutamente a todas mis medias les faltaba el otro par.
¡Que carajos, gringa de mierda! fue lo primero que pensé. ¿Es que ya no se puede confiar ni en los turistas, concha su mare? Pero luego medité y resolví que en ningún momento me dormí, ni la noté interesada en nada de mi desordenada habitación. Era ilógico pensar que la sexy rubia hubiese robado cada par de mis medias. No hubiera tenido el tiempo, y era totalmente absurdo.
Llegué a Ilo al medio día con las medias disparejas, manejando mi motocicleta recorrí un par de lugares. Me senté a fumar frente al mar. Luego fui a nadar a una playa cercana con algunos amigos y bebí sólo un par de cervezas (es que tenía que manejar la media hora de regreso). Y por la noche ya en mi cuarto, nuevamente alcoholizado me senté frente a la computadora...
Así transcurría mi verano, mórbido de alcohol por las noches, relajando las mañanas con algo de sol y playa, manejando la moto de aquí a allá y terminando a pasos avanzados mi dichosa tesis. Tenía la meta de acabarla antes de que acabe la estación. Pero...
Tuve una horrible pesadilla una de esas noches. Desperté irritado, sin entender por qué al difunto y enterrado José Carlos Mariátegui, la fuente inspiradora de mi tesis, a quien yo, voluntariamente rendía homenaje tomándome tiempo de mi valiosa vida escribiendo sobre la suya, se le ocurrió visitarme en sueños.
Apareció mientras yo caminaba por un sendero luminoso, tomó mi hombro y al voltear estaba ahí, de pie frente a mi. Con su terno negro y su mirada raída. Al verlo a mi altura, lo primero que pensé fue ¿no que eras inválido?
―Tu, incauto, ten cuidado, todo lo que escribes sobre mi sin tomarme importancia. Puede que tu vida no se parezca en nada a la mía. Puede que te diviertas tanto a costa mía. Puede que tu generación ya no necesite mis consejos. Pero tu... tu pagarás por todo eso. Y para que te quede claro. Muy pronto estaremos parejos.  ―fue todo lo que dijo.  Luego desapareció y me desperté.
Fue tan extraño ése sueño, tan lleno de misterio, que hasta me pareció divertido. Pasé el día sin pensar en eso y, al llegar la noche, nuevamente después de una buena dosis de whisky y de escribir y transcribir la dichosa tesis. Caí dormido. E increíblemente, de manera inopinada, tuve el mismo sueño, en donde él me enfrentaba, ésta vez más molesto.
Tu absoluta falta de respeto me irrita. Tu alegría la detesto. Insensato... Pero pronto estaremos parejos, ya verás... pronto estaré más a "tu altura"...
Comencé a pensar que tal vez dedicar tanto tiempo a escribir sobre alguien me estaba haciendo mal. En fin.  Decidí no darle importancia a un sueño repetido. Y resolví ir a la playa esa misma mañana. Nuevamente, al cambiarme no encontré ningún par de medias. Ya eran varios días sin encontrar uno sólo de mis pares de medias, y eso también me tenía consternado. Es decir, tenía medias, pero a ninguna le correspondía su par. Y así no me servían de nada.
Sin medias (o bueno lo acepto usando pares disparejos toda esa semana), llegué a casa por la noche decidido a encontrar los pares perdidos. Busqué tanto que al final terminé ordenando mi habitación. Luego de cuatro horas de sudor y esfuerzo, mi cuarto parecía un lugar habitable. 
Pero sin rastro de los pares de medias faltantes. Todo era muy extraño.
La noche siguiente, encontré a la amiga de la rubia en el bar. Estaba sola. Me acerqué con un hi pretty pero ella sabiamente me dijo "yo soy peruana". Estuvimos conversando largo rato. Y en un momento dado le pregunté por la rubia. Y si tal vez ella no le habría contado si me jugó alguna broma, o si tenía malas costumbres. Cualquier cosa. Quería, necesitaba saber la verdad sobre mis medias. Ya estaba cansado de tener que ocultar mis tobillos de dos colores.
La rubia extranjera se había marchado un día antes. Al final, acabé llevando a mi compatriota a mi habitación. Luego de desnudarla y besar cada parte de su cuerpo mientras le vertía alcohol y me lo bebía de su piel, y luego de que me montara como una loca, nos recostamos y le conté todo. Mi tesis, mis pesadillas extrañas, el hecho de mis pares de media perdidos, y hasta le enseñe que las medias que traía, en efecto, eran de colores distintos. Ella no me dijo nada, solo se quedó mirando el afiche. Y al poco rato se marchó.
Esa misma noche, mientras dormía tranquilamente luego de la rica montadera, me sucedió la pesadilla mas extraña que alguien podría tener: en la oscuridad de la noche estaba yo mismo durmiendo en mi habitación, y en medio del silencio, escuché claramente el sonido del cajón de mis medias, abriéndose lentamente...
Aún en sueños, ése hecho me sorprendió y alarmó en tal grado que abrí los ojos rápidamente y levante la cabeza para ver bien. Todo estaba semi oscuro pero vi, vi claramente, y no estoy loco, por más que los doctores y enfermeras me traten como tal, puedo jurar que vi claramente a un hombre de negro escondiéndose tras el armario. Dejando el cajón de mis medias semiabierto. Me desperté completamente, me paré y prendí la luz, revisé el armario, pero estaba tan pegado a la pared que era tonto pensar que alguien podría estar detrás. Revisé la habitación y hasta bajo la cama. Pero no había nadie. Yo estaba sólo. Pero antes de apagar la luz y volver a dormir noté algo aterrador: el cajón de mis medias seguí ahí, semiabierto. Y justo en donde me había parecido ver al hombre de negro, estaba el afiche de Mariátegui. 
Creí entender. A lo mejor desde mi cama y somnoliento la figura del Amauta me había parecido una sombra real. En fin, con la mente cansada de tanto pensar, e intranquilo, me recosté a seguir durmiendo.
Pero no dormí nada por algunas horas, pues no dejaba de pensar y pensar. Luego de ese sueño todo resultaba tan extraño. Intentaba buscar una relación entre Mariátegui y mis medias. Pero no la hallaba. Al final, abatido por el cansancio del puro pensamiento, me dormí, ¿y adivinen que? ¡Si! Nuevamente se me presentó.
Se reía, y me miraba con sorna. Mientras me daba golpecitos en el hombro con su bastón me decía:
― Tu te atreves a escribir sobre mi, y crees saberlo todo. Pero te olvidas de algo elemental. Me dejas en ridículo. Te olvidas de algo importante para mí. Pero ya verás... pronto estaremos parejos...
Fue todo. Nuevamente el mismo sueño. La misma amenaza. El mismo rumor de algo que no entendía. La misma terrible sensación de quien no comprende algo importante. Asolado por la duda de saber qué era lo que olvidaba que tenía tan molesto al difunto amauta dejé de ir a la playa en las mañanas, pasaba horas recostado mirando ese afiche. Hasta que decidí llevarlo a enmarcar para convertirlo en cuadro. En las noches dejé de ir al bar, pero a cambio doblé mi dosis de alcohol en la habitación. Tomaba mucho más, para tratar de pensar mucho menos. Pero lo que conseguía era el efecto inverso. Mientras más embriagado me sentía, más pensaba... más me afectaba, más tormento encontraba al dormir y ver a Mariátegui molesto conmigo, sonriendo mientras soltaba sus amenazas, en una constante muestra de ironía y clamor de venganza...
La semana siguiente decidí ir al psicólogo.
Le conté al experto de mis pesadillas, de mis medias perdidas, de mi tesis sobre Mariátegui, y del hecho de que me estaba volviendo terriblemente loco al intentar relacionar todo.
Pero, muy a su estilo, el doctor me calmó diciendo que era natural, todo era natural para él. Me indicó que descansara... (es que no se daba cuenta que no podía). Pero me entregó una receta de calmantes que compré en la primera farmacia que encontré manejando la moto.
En fin, esa noche me sentí tranquilo como para tomar un ron antes de dormir. Fui al bar y ¡sí! ahí estaba mi amiga, mi tranquila compatriota, leyendo un libro azul. Con dos vasos y una botella entera del licor caramelo me senté a su lado, y serví.
Tomamos sin conversar. Bueno, siempre fui muy respetuoso con los lectores. Y ella leía y tomaba en silencio. Se le veía hermosa moviendo los ojos de izquierda a derecha, leyendo presurosa ese libro "Sidharta" de Hermann Hesse. El cual yo jamás leería porque soy cien por ciento ateo.
Al finalizar su lectura, y luego de constatar que yo no estaba lo suficientemente ebrio, me pidió que la llevara a dar un paseo en mi moto. Desde luego fuimos a varios lugares hermosos que yo conocía muy bien. Desde donde Moquegua se veía sencillamente hermosa. Miradores secretos a los que solo un moticiclista experto y atrevido como yo sabría llegar. En uno de esos, el más secreto. Hicimos el amor mirando las estrellas, apoyados en la moto.
Le pedí que me acompañara a casa (no quería aceptar que no quería dormir sólo). Y cuando llegamos ella lo primero que notó fue que había mandado a enmarcar el afiche que ahora se veía mucho mas elegante tras un vidrio y en un cuadro. También notó el cambio de orden. Así que comencé a contarle todo de nuevo. Mis pesadillas, la pérdida consecutiva de los pares de mis medias, mis primeras sospechas de la gringa que luego deseché, el extraño y misterioso Mariátegui que me amenazaba constantemente en sueños. Y mi visita al psicólogo. Ella se sorprendió.
― Creo que todo está muy claro y evidente ¿no crees? ― dijo.
La miré atentamente por varios segundos, sorprendido.
― ¿A que te refieres? ¿tu entiendes todo esto?
― Hay tonto, lo que pasa es que mucho tomas y por eso te dan pesadillas. Es lógico. Yo cuando como mucho y luego me duermo también tengo pesadillas. Y también pasan cuando te acuestas con la mano en el pecho... ¡Hay tantos motivos!
― Pero ¿y Mariátegui en todos? ¿todos repetidos? ¿todos con la misma amenaza? ¿todos con el mismo malintencionado motivo de atormentarme? ¡no lo creo!
Entonces ella mencionó algo que cambió el rumbo por completo.
― Bueno, está bien que Mariátegui no haya tenido una pierna... pero ése no es motivo suficiente para...
― ¿Qué dijiste?
― Que es imposible que...
― ¿No tenía una pierna? ¿No la tenía?
― No, ¿no sabías?
Sin decir más, me puse unos jeans y una polera y salí apurado de la habitación, dejándola sola y desnuda.
Manejé violentamente hasta llegar al ovalo Mariátegui, desde donde justo en el medio, en un monumento elevado, está Mariátegui sentado en silla de ruedas. Tenía que verlo bien, tenía que estar seguro de lo que pensaba. Creía tener la respuesta. Creía saber exactamente lo que me olvidaba, lo que me faltaba en mi tesis. El motivo de su furia, y de sus amenazas. Y si... al llegar... confirmé todo.
En la estatua, o monumento, como gusten entenderlo. En una hermosa muestra escultórica de aparente metal, estaba Jose Carlos Mariátegui, el Amauta, el mejor pensador de todos los tiempos, sentado, postrado en su eterna silla de ruedas. Representado tan bien, mirando al Oeste, con la expresión tranquila, sus piernas tapadas con una manta y... justo en donde debía quedar su pierna derecha ¡la manta estaba en caída! ¡no había bulto! Y debajo de su manta, en donde debía estar sus dos pies ¡sólo había uno! Efectivamente, dicho monumento indicaba el detalle de que a Mariátegui le faltaba una pierna. Y yo no lo sabía. Siempre había pensado que fue solamente inválido. Nunca me percaté del hecho de que le llegaron a cortar uno de sus miembros.
Con la alegría más grande del mundo, regresé a mi moto. Y arranqué. Mientras conducía rápidamente de regreso pensaba que la solución estaba pronta. Aunque había cosas pendientes (como encontrar al ladrón de mis pares de medias), ya nada importaba tanto como el haber comprendido la furia del amauta. Pensaba que todo se solucionaría al llegar a casa y modificar mi tesis, añadiendo prontamente el hecho de que al hombre se le amputó una pierna.
Pero, como en las historias las cosas no son lo que parecen. Y ésta no se aleja de esa condición. Ya pueden imaginar lo que me sucedío: me accidenté.
Me atropellaron, mejor dicho. Un camión de arena (¿salido de dónde?, maldición), se había cruzado en mi camino. Y yo, concentrado en la gran respuesta y en llegar a casa lo más rápido posible no me percaté de manejar correctamente. Había terminado estrellando contra el inmenso vehículo. Y ahora estaba despertando... en la camilla del hospital.
La enfermera me contó del accidente. Y yo sólo le decía que me dejaran ir. Que necesitaba hacer algo importante. Que si ya estaba despierto y me sentía bien tenía que irme. Que dónde está mi ropa. Que mis medias son disparejas. Que si la ropa se rompió no importa, que me la den para irme... Que me pase las llaves de mi moto. Qué donde quedó mi casco y mi billetera...
― ¡Hay joven! ― dijo la enfermera―  usted no podría irse ni caminando, mucho menos manejando esa tonta moto.
― ¿Qué dice? ¿espere... qué?
Levanté mi frazada, y noté con la peor de las sorpresas, que me habían amputado la pierna derecha.
Caí desmayado en ese mismo instante, y mientras dormía, sin respetar mi infortunio. Llegó la última de mis pesadillas. La última que recuerdo haber tenido. La última al menos, en donde el amauta de terno negro vino a verme. Sonriente y señalando la falta de mi pierna con su bastón, me dijo:
"Ahora sí estamos parejos... Ahora ya puedes usar tus medias..."
Agosto, 2017

14 de mayo de 2015

TU MEDIA MIRADA

(Anónimo)


Trato de dormir y sueño contigo. Cierras tus ojos. Cada vez que te miro cierras esos bellos ojos. ¿Te parece justo eso? Privarme de la única sensación capaz de quitarme este dolor. ¿No te das cuenta que me quitas todo? Como si quitaras a las aves la libertad del cielo, y las condenaras para siempre a las entrañas de una jaula vieja y oxidada, así me tienes. 
Sin tus ojos siento yo que soy un pobre y desolado puerto viejo ya sin mar, o que estoy tan acabado como un perro hambriento en el desierto. Y te busco. Te busco como queriendo encontrar algo que perdí, y me siento tan vacío porque sé que no habrá nada, nada que me devuelva lo que algún día sentí. Termino siempre arrodillado en alguna pesadilla, invadido por el fuerte deseo de encontrarte, y ver en tu mirada un cielo rojo, orbitado por alegres lunas amarillas.

Me hablas como queriendo despertar al tonto enamorado que un día fui. Como queriendo devolverle la cordura a un loco desalmado. Y no me dejo, no, yo no me dejo. Pero creo que en el fondo, ya hace tiempo me dejé. Si, creo que fue la primera vez que escuché tu voz tranquila, inundando mi habitación harta de ecos irreales, y llenando mis oídos de cálculos y fórmulas ineficaces para contrarrestar los sentimientos.

Estoy vencido... Y creo que aunque junte a todas las fuerzas sacadas de todos los rincones de las almas de todos los poetas, no podría contra ti, porque ni siquiera puedo ver media mirada tuya y dejar de escribir. Y sé que si no paro ya, terminaré llenando todas las páginas, y acabaré con la memoria de este triste celular.

Mayo, 2015.

30 de octubre de 2014

CARTA AL INFINITO



por Juan Diego Mamanchura F.


Y es así como en este lento amanecer, empieza a florecer la rosa de los recuerdos, bajo ese suave roció de los sueños que dicen que te vuelvo a encontrar... Tu la princesa y yo el plebeyo, con mi simple rosa para poderte conquistar... pero uno tiene que despertar y es allí que el brillo del sol me cegara y vuelvo a comprender que tu ya no estas, partiste al infinito donde yo nunca podre llegar, a pesar de mi deseo eterno, se que no lo lograre por eso es que te escribo esta carta invocando al mas allá para que te la pueda entregar.

Octubre, 2014

REVISTA DE LITERATURA MOQUEGUANA II


Como ya saben la convocatoria ha terminado, y queremos agradecer a tod@s los que se enviaron sus aportes, sirva la presente para renovar la pagina que andaba olvidada. Mil disculpas, amigos.

Oportunamente haremos llegar el Indice de la Revista de Literatura Moqueguana II, para los interesados que deseen ir conociendo a los autores.

Nuevamente gracias por apoyarnos a difundir la literatura en el sur del Perú.

XD

30 de junio de 2014

EL PLATO DE CUMPLEAÑOS


por René J. Coayla


“Y es que son cosas de la vida, son cosas de tu historia.”
Porta


      Invita algo de comer pues, Java.
      En la cocina hay lomito del almuerzo, sírvete nomas.
      ¡Uy carajo, la olla está llena! ¿tienes un plato hondo?
      Busca pe’ huevón. Todo quieres también.

Y así fue como —al abrir la puertecilla de su fina estantería— di con aquel plato transparente. Lo quedé mirando pensativo, lo tomé, y al tenerlo en mis manos no pude creerlo. Era, en efecto, aquel plato de hace casi quince años. En un instante me perdí en el tiempo y de repente me encontraba en ese mismo lugar, pero en aquella tarde de agosto. Y era el cumpleaños de Javier.

Horas antes mi mamá me alisaba con gran esfuerzo el cabello ondeado. Tarea inútil: mi pelo era tan inquieto como yo mismo. Tenía puesto un jean nuevecito y un polo recién planchado. Yo me veía en el espejo al tiempo que observaba a mi madre mirando el reloj.

      Donde está tu padre que no trae el regalo. Si no llega en quince minutos nos vamos.
      Pero mamá, ¿y el regalo? No podré entrar a la fiesta sin regalo.
      No te preocupes hijo, no es necesario.
      Si lo es, mamá. Todos llevarán uno. Marlon dijo que le compró un auto de carreras a control remoto; Andy nos enseñó ayer un paquete de soldaditos y Gian Piero dijo que su papá traerá de Arequipa una pista de carreras de Hot Wells, ¡De Hot Weels, mamá!
      Hay hijo, tú no te preocupes. Ya veremos qué le regalamos.

El tiempo pasó, y papá —como siempre durante mi infancia— nunca llegó. Yo insistí hasta el final, pero ya eran casi las cinco y mamá hizo lo que nunca pude olvidar. Tomó un plato de Coca Cola que en casa nunca faltaban y me lo entregó.

      Para que me das un plato, mamá —le pregunté inocente.
      ¿Cómo que para qué? Para tu amigo pues, hijo.
      Mamá ¿Qué haces? ¿cómo voy a llevar un plato?
      No hay otra cosa, hijo. Además está nuevo, lo envolvemos en papel de regalo y ya.
      ¡Nooooo mamá! ¿Estás loca? ¡Todos se reirán de mí!
      Nadie se reirá de ti. Ni cuenta se van a dar.

Y así, entre peros y rascándome la cabeza llegué hasta la puerta de la casa inmensa de mi amigo. Él vivía en la urbanización más ficha de Moquegua, y aunque yo vivía en un aceptable cercado igual él tenía un enorme jardín en donde una parrilla calentaba y desprendía un aroma exquisito.
Estaba pensando esconder el plato, tirarlo entre los arbustos y no entregarle a mi amigo aquel extraño obsequio. Pero en ese preciso instante la puerta se abrió. Y para mi sorpresa todos mis amigos salieron a ver quién era, y qué traía.

      ¡Es René, mamá! —gritó Javier cuando me vio. Se escuchó un fuerte hazlo entrar y en ese momento Javier reparó en mis manos, que traían temblorosas esa extraña envoltura de papel brillante.
      ¿Es mi regalo? ¡Haber! —me dijo y me lo quitó de las manos. Sentí que ya se apresuraba a abrirlo. Pero no fue necesario, sólo con tocarlo me miró extrañado y me preguntó ¿qué es?
      Es un plato de Coca Cola —dije y al instante todos los demás me abuchearon con un fuerte buuuu, y se dieron vuelta de nuevo al interior de la casa. Yo miré a mi amigo e intenté sonreír. Pero de seguro el resultado fue una cara suplicante que Javier entendió bien. Porque sólo me dijo:
      Pasa, pasa…

Poco tiempo pasó para que yo olvide aquel detalle, pues al entrar a la sala de mi amigo un espectáculo de juegos se abría en medio del lugar. Había soldaditos por todas partes, mezclados con caramelos, pica pica y algunos globos que saltaron por todos lados cuando mis amigos volvieron a tirarse al suelo a seguir jugando. Al parecer en esos momentos estaba siendo armada la atracción general, la cual se erguía en medio de la sala devastando a los demás juguetes: una pista gigante de Hot Weels. Toda la fiesta giraba en ese momento en torno a la hermosa pista de color azul con carros originales y con todas sus señalizaciones en full color. Si alguno de los presentes no se encontraba luchando con los demás para poder colocar alguna pieza, formaba parte de los que se confomarban con alentar y supervisar la construcción, modificando a cada nada con críticas y jaloneos su buena arquitectura. Sólo Javier se quedó parado junto a mi, observando aquel desordenado show y sosteniendo aún mi insignificante obsequio. Sin dudar más comenzó a abrirlo y yo pensé que sería una total pérdida de tiempo. Pero para mi sorpresa él lo puso contra la luz y, usándolo para mirarme a través de el, exclamó ¡está paja!

      Es el peor regalo ―le aclaré― discúlpame Javicho. Mis viejos…
      Ya vamos a comer en un toque ―me interrumpió―, lo usaré para mi solito.

Luego de eso me lo aplastó contra el pecho y corrió al medio de la sala, y de un empujón arrimó a Marlon a un costado, cogió un autito, y lo puso con tal fuerza en la cima de la vuelta al mundo, que la pista de carros, armada de la mas extraña de las maneras, se tambaleó y en un instante, toda se vino abajo. Todos dijeron ¡uhhhh! Al tiempo que se llevaban las manos a la cabeza, lamentando la tragedia.

Me dirigí a la cocina con el plato en la mano y en ella su mamá ―a la que yo veía como toda una señora de sociedad, amable y bondadosa― lo colocó en una fina estantería, encima de otros muchos platos blancos de fina loza, y sin mas miramientos continuó batiendo lentamente una olla que olía a gelatina de fresa.

Regrese decaído a la sala. Todos habían emprendido una nueva construcción, esta vez más organizada, pues Andy iba dictando las instrucciones del manual. En un rincón temblaba una pirámide de envolturas de papel de regalo, en la cima de la cual yo coloqué la que Javier había tirado al suelo al abrir mi obsequio, tal vez el único de la fiesta con el que no se podía jugar.

Ese día, tal como dijo mamá, no interesó mi regalo. Casi nadie se percató del hecho, o al menos yo no lo volví a notar, pues los juegos y la felicidad de mis amigos me distrajeron la mayoría del tiempo, hasta poco después de la secundaria. Tampoco recuerdo muy bien lo que siguió. Pero es de hecho que se vino una atorada con anticuchos de corazón de pollo, carne y caparinas que el papá de Javier preparaba en todas sus fiestas, alardeando en todo momento de su habilidad con la parrilla, y de su deliciosa sazón arequipeña.

Guardaba esos recuerdos y ni me había dado cuenta. Todo salió a flote ahora que tengo nuevamente ése plato entre mis manos. Han pasado quince años y de seguro los carros, soldados y pistas de carrera se perdieron y no existen ya. Pero aquel plato, aquel mísero e improvisado obsequio transparente, evidencia de aquel extraño día de mi vida, estaba ahí. El peor de los regalos terminó durando para siempre, al final ni el tiempo había podido devastarlo.

Hoy pienso en mamá y le agradezco por aquella tarde. No solo me enseñó a no sentir vergüenza por ninguna cosa. Sino que ahora, después de tantos años, también me enseñaba el valor simbólico que tiene la amistad, más allá de los caros obsequios.


Junio 2014.

2 de marzo de 2014

LA CASA DE LA NOSTALGIA


por Darwin Bedoya



Giovanni Barletti (Moquegua, 1988), luego de obtener el Premio del Primer Concurso Latinoamericano de Narrativa de Género Aburrido 2013 (Organizado por la editorial independiente boliviana Género Aburrido), ha sacado a luz su cuentario La casa amarilla (Editorial Género aburrido, Colección sietemesinos, 72 pp. 2013), un libro cargado de memorias y autorretratos. Un libro construido con palabras sencillas pero muy seleccionadas, que invita al diálogo y engrandece el lenguaje de la familiaridad. La narrativa de Barletti –como él mismo–, se llena de memoria, sabiduría y compromiso con la vida y ese derrame absoluto de imaginación implicada con el lenguaje y las transgresiones de existencia necesarias para la creación de un mundo propio y emocionante. La casa amarilla –cuyo título remite, a modo de homenaje, a uno de los mejores libros de poesía escrito dentro de la vanguardia peruana por el joven Martín Adán y, de otro lado, también alude a la casa amarilla en la que viviera el retratista tocado por Dios, aquel divino loco amigo de Gauguin: Van Gogh–, es un libro fundamentalmente melancólico, no solo por ese lenguaje que colinda con la prosa poética, sino también por las fotografías escritas que hacen ver a una ciudad que es una y múltiple; real e imaginaria; de la memoria más que del presente; una ciudad, en fin, que es, o aspira ser, todas las ciudades; varios escenarios que en el fondo son uno mismo: Moquegua. En esta casa hay muchas formas en las que uno podría ordenar y presentar la vida, tal vez como alguna vez lo hubieran hecho un Woody Allen, un Quentin Tarantino, un Ingmar Bergman, un Orson Welles, un Emir Kusturica o un Martin Scorsese en alguna película. Y es que los cuentos de esta casa tienen bastante de ese aire descriptivo, tanto en los acontecimientos como en las vivencias de los protagonistas. Tanto en el muestrario de escenarios como en las escenas sutilmente elaboradas. Cada cuento tiene un toque discreto de melancolía, una historia que desborda a la razón e irrumpe en las palpitaciones. Entonces estamos frente a una casa como materia de creación literaria o cinematográfica que tiene todos los componentes para ser un material de primera calidad: es maleable, polisémico, interpretable, nostálgico, simbólico, etc. Las casas tienen una parte tangible, hecha de paredes, muros, columnas y objetos, y otra intangible, hecha de vivencias y sentimientos, es decir de huecos desde los cuales podemos explorar. Y lo más interesante es que si unimos la parte tangible con la intangible, los muros y los huecos, en cada una de nuestras casas, conseguiremos –más allá de una identificación personal o de pertenencia–, una definición de cada uno de nosotros mismos. En La casa amarilla encontramos una edificación verbal narrada con un lenguaje poseedor de los signos de la poesía. En esta morada viven personajes que empiezan a aparecer al más leve sonido de las palabras. Son personajes de carne y hueso que hacen viajes de los que muchas veces es poco posible retornar o que siempre se está retornando. Estos cuentos breves, escritos desde una mirada contemplativa, entre el amor, la nostalgia y la memoria, con un deliberado tono conversacional y autobiográfico, Barletti vendría a establecer que lo local, como afirmara Dewey, es «lo único universal». Escribir sobre lo que conocemos y que alguna vez fue muy nuestro. Escribir sobre el entorno y los lugares que nos han visto vivir y crecer. La casa amarilla no es un libro sobre espacios deshabitados. Tal vez sea todo lo contrario. Es una aproximación a un estado de cierta soledad compartida, donde la geografía, inmóvil y dinámica al mismo tiempo, activa la memoria hasta en los recovecos más impensados. A partir de estos diez cuentos, el autor reinterpreta su experiencia personal y los seres que han coexistido en ese trayecto. Personas reales o irreales, cuya sombra siempre vuelve. Si para Pessoa el ser humano era una confederación de almas, en la casa de Barletti se trata, más bien, de una coalición de lugares, de emplazamientos diversos que definen el carácter y las sensibilidades de quien se encuentra en ellos. La casa para muchos es, en definitiva, el lugar de la escritura cuando intenta ordenar aquellos espacios, ya ficticios o reales, por los que trascurre lentamente una vida en múltiples estados de ánimo que al final resultan ser la misma condición humana. La vida es una larga pregunta sin respuesta, nos dijo Paz, y La casa amarilla es la manifestación pulcra y la aceptación mesurada de que la condena de vivir es asumir la incertidumbre, saberse fragmentados desde el inicio. No busca Barletti su lugar en el mundo, sino el lugar que él quiso haber ocupado en el mundo del otro y que, al nombrarlo, alcanza esa única manifestación de su ser: ser oído en el fluir que lo contiene. Dos mundos se entrelazan: el del yo, íntimo y subjetivo, que se revela en cuentos como el que le da el título a la colección y los dos últimos: Recuerdos imperfectos y Tarde de poeta, pero, sobre todo en No había nadie en casa, son textos que se centran en el exterior, en la nostalgia y en la revisitación a los lugares de siempre, de la vida que, desde lo narrativo, hablan con cierta ironía de lo que más duele, aquello de lo que el ser humano no puede desligarse y sin embargo no puede abrazar en la eternidad. De otro lado, también está ese mundo al que no hemos podido acceder debido a que la única cartografía existente no está en nuestras manos. En La casa amarilla los relatos son polifónicos, son coros de voces antiguas, fotografías en sepia, retazos de un tiempo que transitó en su mejor momento, pero que no se ha podido olvidar y que ahora nos hablan, nos dicen que están aquí. Este es un texto vivo que se abre camino a través del desierto entre las generaciones. En La casa amarilla Barletti da de beber a las palabras, a los personajes, a las historias; las embebe, las empapa con la sangre de sus propias heridas, y es que en eso consiste escribir un cuento considerable, exactamente como los que hay en La casa amarilla.

Juliaca, febrero de 2014

ROBERT Y EL FACEBOOK

por Joel Benites D.


Chateamos ansiosos José, María, Ana Lucía y yo por un novedoso medio de comunicación: "El facebook".
Los muchachos quedan embobados al utilizar ese espacio creado por Mark Zuckerberg y fundado junto a Eduardo Saverin, Cris Hughes y Dustin Moskovitz. Primeramente era un sitio para estudiantes de la Universidad de Harvard, ahora se abre a cualquier persona con una cuenta de correo electrónico.
No es necesario enviar cartas o dirigirnos hacia algún lugar determinado para informarnos, tampoco nos esforzamos, perjudicando así nuestro coeficiente intelectual. Dejamos de lado los libros físicos, resolvemos problemas matemáticos apoyados de calculadoras y computadoras ahorrándonos esfuerzo en las tareas.
Rocío Gallegos sale rápido del salón. Yo, mientras como mi refrigerio me quedo observándola paciente, sigiloso, sin preguntarle el motivo de su ansiedad. Me dan miedo sus ojos marrones, incluso creo que está poseída. Nadie quiere juntarse con ella, ni siquiera Josefina Santillana (la alumna más sociable de la escuela) -¿Estará loca?- Repiten algunos.
Otros murmuran: -Necesita ayuda psicológica-.
Rocío ve fijamente las paredes pintadas de múltiples colores, intentando escribir algo en su cuaderno. Coge de su mochila un escrito de Nietzsche titulado: "Ecce Homo", pero pronto los deja por textos computarizados. La escuela donde ellos estudian denominada "José Ballesteros", una de las más caras del país ubicada en Miraflores tiene muchas ventajas tecnológicas. Sin embargo, cuando concursan contra estudiantes de otros centros educativos con menos recursos económicos obtienen las peores notas. No se presta la atención requerida durante la clase del día. El profesor de Lógica hace su mayor esfuerzo. El teacher es chato, de ojos gachos que no inspira ni una pisca de respeto. Por el contrario, lo tratan de peje. Ingresa a dar su cátedra y no pasa ni un minuto para que los chibolos hagan chongo.
Robert, no ocasiones desorden.- Le dice el viejo cojo con su palo en la mano.                                  –Así cualquiera se asusta- Afirma Robert.                                                                                          
No obstante, la voz autoritaria le dura poco. Los alumnos quieren botarlo, pero no pueden. El brigadier general; Lucio Bedregal, un joven responsable, puntual e íntegro amenaza con delatar a sus compañeros si vuelven a realizar las mismas fechorías.
Mierda, dejen de hacer chongo, sino les diré a sus papás que los castiguen.-
A los mocosos inmaduros les interesa un bledo sus palabras. Sólo les importa realizar fechorías; y vaya que lo consiguen. Sus cuadernos llenos de malcriadeces reemplazan a los tratados de literatura e historia.

El facebook; al principio fue creado para facilitar el trato entre las personas; agregar fotos, videos, mensajes privados y públicos, perdiendo su objetivo con el paso de los años.                                       -¿Cómo equilibrar el uso de este sitio web con los estudios?
Pregunta Rocío.   
-A mal palo te arrimas querida amiga. Yo soy tan degenerado que llevo el facebook hasta en los huesos.      
Responde Robert festejando lo dicho en vez de reflexionar.    
-¿Y no te has hecho tratar con un psicólogo o un psiquiatra para cambiar tu actitud?
Roció se muestra preocupada.    
-¡Para qué! Ellos están más locos que yo.- Dice con una sonrisa en el rostro.   
-¡Bueno amigo, que conste que te lo advertí he! Después no te quejes.- Rocío voltea la cabeza, puso un pie adelante y le quita el habla.    

Hace poco Robert tuvo una plática con Rocío muy interesante. Discutieron asuntos filosóficos, históricos y literarios. Los escritos de José Saramago lo cautivan: "Ensayo sobre la Lucidez" es su obra preferida. Desde niña le agradaron las novelas sociales: Mercedes Cabello de Carbonera, Mario Vargas Llosa y Ciro Alegría también acentúan su vocación literaria. Composiciones trascendentales como: "Blanca Sol"; "La Ciudad y los Perros" y El Mundo es Ancho y Ajeno" deberían ser obligatorias en los colegios. Le desagradan los finales felices. "Contrario sensu", Robert se inquieta por hallar un final abierto en cada cuento. No abandona la PC. Rocío lo llama a cada rato y él no contesta. De inmediato lo busca, toca el timbre más de tres veces. Parece que la casa se encuentra vacía, pero no es así. El facebook se apodera de él. La música suena a todo volumen.

Llamé a los médicos para que se lo lleven. Tocan la puerta y Robert guarda un mal presentimiento.
                      
                                                                                      18 DE FEBRERO DEL 2014




30 de octubre de 2013

EL PAIS DE LAS MARAVILLAS (PARTE I)

por Vicente ZC

El país hoy dejo de ser un mendigo sentado en un banco de oro. Exportamos minerales y productos del campo. Extraemos gas y petróleo. Machu Picchu es uno de los principales destinos turísticos. A nuestra gastronomía variada y exquisita se le brinda homenaje todos los días. La selección femenina de vóley después de muchos años volvió a alcanzar instancias finales en un torneo mundial. Las estadísticas nos dicen que somos el país más emprendedor del mundo y el líder en crecimiento de la región. Nuestros cantantes son reconocidos. Tenemos un premio nobel en literatura. Estuvimos en los ojos del mundo a través del Dakar, y lo volveremos a estar para los Juegos Panamericanos 2019. Nuestra Inka Cola tuvo que ser comprada porque no le pudieron competir.

Tenemos muchos motivos más para sentirnos orgullosos y celebrar, muchos viven esta fiesta, mientras otros tienen que salir a trabajar, porque saben que el pan de mañana será más difícil de comprar. El mundo vive en constante transformación, lo que nos hace buenos hoy, sino lo mantenemos y potenciamos, mañana ya no importara.

De nada sirve extraer gas, si con el no producimos energía. De nada sirve cosechar los campos, si somos incapaces de generar un valor agregado. De nada sirve exportar grandes cantidades de cobre barato, si importamos cables eléctricos y accesorios caros. De nada sirve el boom gastronómico, sino nos preocupamos por una alimentación sana. De nada sirve depredar nuestro mar y los bosques, haciendo ricos a unos pocos, si dentro de unos años importaremos mala madera y pescado congelado. Poco a poco parece ser que nos estamos sin el banco de oro, en el que habíamos estado sentados.

Tenemos los recursos, lo siguiente es la especialización e industrialización del país, de lo contrario habremos perdido una gran oportunidad como sucedió con el guano, el caucho y la pesca. El momento es ahora.

Octubre, 2013

EL ARBOL TORCIDO

por Vicente ZC


Luchito tenía 6 años, vivía con su papá y mamá, en una casa pequeña frente al parque.
Era costumbre que todos los fines de mes su papá llegara pasado de copas a casa, gritando y exigiendo su cena.
El pequeño cansado del maltrato hacia su madre, le pregunta a ella si creía que papá dejaría de tomar. Ella lo abraza y le responde:
Mi pequeño, “árbol que crece torcido, nunca endereza”, no cambiara.
Cerca de media noche mamá se despierta porque había sentido ruidos extraños fuera de casa. Sale hasta la puerta, y ve a Luchito en frente. El pequeño sucio con tierra, halaba de un árbol, tratando de enderezarlo.
Mamá le explica que como nadie se preocupó por el árbol este creció así, y aunque ella lo ayudara en ese momento no podrían enderezarlo. El niño entendió, y ambos fueron a dormir.
Pasaron unos años, Luchito con 14 años cumplidos, observa por su ventana el árbol que un día intento enderezar. Recuerda lo que aprendió en la escuela.
En los días siguientes, luego de suponer las causas, analiza el terreno y pregunta a los vecinos. Concluye que la construcción de la vereda afectaba las raíces, que había ramas muy crecidas, probablemente por la búsqueda de sol, y en alguna oportunidad fue una fuerte tormenta la que termino por inclinar aún más el árbol. Entonces elabora algunas medidas correctivas.
Espero el invierno, donde es la actividad de las plantas es menor. Consigue palas, cuerdas y algunos maderos. Y consiente que sería difícil hacer el trabajo solo, pide ayuda a sus amigos.
Juntos elaboran un plan, se organizan y comienzan su propósito. Proceden a cortar las ramas crecidas. Excavan, no sin antes asegurar con cuerdas el árbol para que no cayera. Una vez que aparecieron todas sus raíces, ayudándose de las cuerdas proceden a alejar el árbol medio metro más de la vereda, abonan la tierra  alrededor de las raíces, luego arrojan la tierra de vuelta al  hoyo, y la compactan. Con los maderos apuntalan el árbol para que éste se acostumbrara a su nueva ubicación.
Luchito sabía que no bastaba con ello, que debía constantemente cuidar del árbol. Asegurándose de regarlo con la frecuencia necesaria.
Al cabo de un buen tiempo, del árbol brotan hojas verdes y por fin se mantiene derecho por sí solo. Fue entonces cuando fue en busca de mamá y le dijo:
Hoy logre enderezar el árbol torcido, ahora ayudare a papá para que deje de beber.
La tarea fue difícil. El pequeño y mamá fueron persistentes en su misión y por el gran amor hacia papá, lograron que él dejara de beber.

La mayoría de los arboles torcidos no se pueden enderezar, pero así como ellos requieren de buenas raíces, nosotros debemos preocuparnos por formar niños en principios y valores, capaces de transformar su hogar, su escuela y su comunidad en un lugar mejor. No destruyamos sus sueños, su futuro. Tenemos muchas tareas pendientes. Empecemos dando el ejemplo, actuando no solo con la cabeza sino también con el corazón.

Octubre, 2013

29 de octubre de 2013

LOCA EXISTENCIA

por Orlando Mazeyra Guillén


 «Loca es mi vida», reflexioné al mirar, por la escueta ventana de la habitación, cómo los perros se apareaban entre ellos. Quiero decir, un macho montando a otro de su mismo género. Sin asco. Sin la menor reserva.
                A falta de hembras, algunos hombres —¿acaso dije hombres?— asumen ese pasivo papel ignorando que está lleno de múltiples sorpresas, apremios y sinsabores.
                La sórdida imagen de la cópula canina, de pronto se interpuso entre mí y la cruda cotidianidad, haciéndome evocar remotas instancias de mi vida pasada.
                Yo había estado en la cárcel durante casi una década y, no lo puedo negar, pues alguna vez creí sucumbir (o quizá otra vez estoy desvariando por culpa de las pastillas) ante esas tentaciones que genera la carencia absoluta de placer físico.
                Mi humanidad —asumo que, a pesar de lo que dice la siquiatría, medianamente sana— entiende que desde el día en que uno aprende a tocarse, la sequía sexual suele ser una mala compañera que solivianta sinsentidos atroces.
Ojo: aquello cuanto escribo, lo sé por cuenta propia. A mí nadie me tuvo que contar nada. No precisé leerlo o siquiera soñarlo. Sólo bastó meter de lleno las narices en la mierda.
                —Yo estoy limpiecito —me había anunciado el Bagre, un feísimo convicto algo amanerado y con cintura femenil—. Así que conmigo no te hagas problemas.
                —No le entiendo —alegué con cara de pocos amigos. En la cárcel abracé la costumbre de jamás tutear a aquellos que considero intelectualmente inferiores.
                —En tiempo de guerra —me dijo palmoteándose el trasero—, cualquier hueco es trinchera.
                —De acuerdo —le dije contrariado por aquella frase que yo ya había escuchado pero que, en boca del Bagre, se volvía sombría y repelente: «en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera», repetí para mis adentros y sentí la erección de mi verga.
                Un extraño rubor se hizo de mí cuando el Bagre descubrió que me había excitado sin razón aparente.
                —¿Te puedo ayudar con eso? —me dijo Maura. Una esbelta canelita de Imata que mi madre había contratado como empleada del hogar. Tenía apenas trece años, dos menos que yo, pero era muy ávida de todo la condenada.
                —¿Con qué cosa, Maura? —repuse invadido por un fuego inédito.
                —A eso, pues, joven Carlos —me dijo señalando mi bragueta—. Se nota que lo tiene usted bien paradito a su soldadito.
                —¿Soldadito? —le pregunté con un rapto de intriga.
                —Pajarito entonces.
                Me abrió la bragueta despacio, con una parsimonia que, por momentos, me ponía en vilo:
                —¿Quieres que juegue con él? —me preguntó el Bagre.
                —Haz lo que te dé la gana —le dije a Maura con toda intención.
                Cerré los ojos y sentí unas tibias manos masajeando mi falo, estirándolo, sopesando, alternativamente, cada testículo de mi escroto.
                —Chúpamela de una vez —rogué anhelante.
                —¿Cuántas hembritas te han hecho esto? —me preguntó el Bagre con una mirada insidiosa.
                —Ninguna —le confesé a Maura.
                —No le creo, joven, me va a decir que nunca ha tenido chicas. Más mentiroso es.
                —¿Tú con cuántos has estado, pues?
                —Con todos, zamarro —alegó él—. Desde mi viejo hasta el alcaide. Mi papá me violó de chibolo y con el alcaide me encamo de vez en cuando para que me regale cigarrillos, marihuana y pastillas para la ansiedad… Pero tú me das miedo, eres distinto.
                —¿Por qué distinto?
                —Distinto, pues, joven —hablaba hasta por la orejas Maura—. De otra clase. En mi pueblo, en cambio, todos somos iguales. Ahí conocí varios chicos: al Marcos, al Aldito, al Pepe Lucho. Varios que me tomaron en los cerros y hasta me hicieron abortar. Pero usted es distinto: es mi patrón.
                —El patrón es mi papá.
                —¿Tu papá? —preguntó intrigado el Bagre.
                —Sí —lo admití—. La primera vez que se me paró fue cuando vi cómo mi viejo se levantaba a la empleada. Ella se llamaba Maura y era bien sabida. Me la corrí espiándolos a escondidas. Lo que más me calentaba eran los jadeos de la mocosa.
                —¿Qué es «jadeos»? —preguntó la chola.
                —No te hagas —la amonesté—. Esos ruiditos que hiciste cuando mi papá te la metía.
                —Te gusta ver lo que hacen los otros, ¿no? —me escrudiñaba el Bagre.
                —Sí, es lo que más me gusta. Mirar  a los otros y tocarme. Nadie me toca como yo solito he aprendido a hacerlo.
                Y, ahora, mientras esos dos perros callejeros se ayuntan con desfachatez me acuerdo del Bagre y de Maurita. Les otorgo roles en esta inesperada puesta en escena. Pero, por su propio temperamento sexual, no encajan.
                «Loca es mi vida», me repito y no comprendo cómo he podido llegar a frisar los cuarenta sin haber consumado cópula alguna (me refiero a una cópula de verdad, con amor y todas sus variantes). Sólo he aprendido a mirar. Los demás que ejecuten. Yo sólo me entiendo.
                Los perros siguen en lo suyo y yo en lo mío. Me toco.
                Pero también… anoto.

Octubre, 2013.