24 de febrero de 2010

"Técnicas del cuento" (Resúmen del libro)


TÉCNICAS DEL CUENTO
(Resúmen del libro editado por Willard Díaz)

“La genialidad es resultado de uno por cien de inspiracion y noventa y nueve por cien de transpiración.”

“La diferencia entre un libro bien escrito y una obra imprescindible es que una tiene la perfección de una maquina bien aceitada y la otra es un saludable organismo vivo.”

NATURALEZA DEL CUENTO
Por R. Royster

El cuento extrae usualmente su material de la vida cotidiana. Debido a su brevedad y solidez, no tiene cómo pintar un panorama amplio de épocas y condiciones sociales poco familiares a los lectores. Debe descansar sobre motivaciones que, aunque sean comunes, al menos tocan las experiencias del autor. La materia del cuento es, por lo general, común.


Pero aun si tenemos límites para la descripción y el análisis de los personajes, como pasa en el cuento, es posible revelar mucho acerca de la gente solo con colocarla en un escenario bien definido o en alguna posición social u ocupacional significativas. El entorno en el cual vive la gente tiene mucho que ver con sus actos y sus actitudes ante la vida. En la caracterizacion muchos factores juegan un papel: el clima, la raza, el aislamiento, la riqueza o la pobreza, el deseo o el ocio; todo contribuye a la definición del personaje y sus actitudes. Ciertos contextos sugieren inmeditamente rasgos del personaje. Por esta razón los escritores se esmeran en idear el escenario y las condiciones de vida, pues son recursos para la descripción del personaje.


El cuento tiene una estructua tan definida como la de un edificio de piedra, fierro, cemento y madera. Esto no significa, por supuesto, que todos los cuentos sean iguales, así como no son idénticas todas las casas.

Toda obra de arte debe producir una impresión. El cuento hábilmente construido tiene una intención artística definida; puede producir espanto, horror, piedad, amor, odio, simpatía, esperanzas, humor o cualquiera de las ricas emociones de nuestras vidas. Puede también dirigir su puntería hacia nuestra capacidad de diferenciar sentimientos o puede presentar una idea (el cuento con propuesta o tesis). O puede combinar todos esos atractivos.

El cuentista, a fin de lograr su propósito, debe dirigir todas sus fuerzas hacia un efecto único dominante a lo largo de la historia; estar continuamente atento a la mira con la cual comenzó.

Dado que el cuento es de extensión limitada (en la práctica, entre 2500 y 12 500 palabras), el autor no tiene espacio más que para la impresión única que ha decidido producir. Debe ahorrar en el número de personas que introduce en su relato. Debe seleccionar sólo los detalles más efectivos para describir a pocos personajes, y debe escoger y disponer los incidentes, la estrecha relación de uno con otro, de manera que rindan más en la actuación del personaje y en el progreso de la historia. El cuentista no puede, como el novelista y el autor de dramas extensos, introducirnos a nuestras anchas en la vida de sus personajes.

El número de personas que pueden entrar exitosamente en un cuento es, entonces, por necesidad, pequeño. Entre ellos un personaje debe destacar notoriamente sobre los demás.

El personaje principal debe ser lo bastante individual o excepcional como para captar el interés del lector desde el comienzo. No hay espacio en el cuento para un personaje común. Esto no quiere decir que el protagonista debe ser raro. El deseo de representar personajes exageradamente inusitados ha conducido a muchos cuentistas a mostrar personas que nos parecen falsas e irreales. Es importante saber que aunque extraño y tal vez misterioso, el personaje del cuento debe ser verosímil. Y la gente tiene sus faltas, sus pecados, así como sus virtudes; son guiados por impulsos generosos y por impulsos egoístas. En sus conflictos se les ve luchando, soñando, conquistando, pecando, asesinando, sacrificándose: exhibiendo todos los impulsos, buenos y malos, que guían los sentimientos y los actos de los hombres.

Podríamos tener una experiencia atroz de un desastre ferroviario, pero un relato del accidente no sería un cuento a menos que alguna circunstancia especial del desastre fuera empleada para ilustrar un rasgo de un personaje, contradictorio o afirmativo en relación con lo que uno sabe.


La intriga no es más que el orden y la complicación de la serie de acciones que constituyen el cuento. El elemento más importante en la construcción de una intriga es el conflicto o lucha. El hombre rara vez se conoce a sí mismo; de seguro, sus amigos no lo conocen hasta que está frente a un conflicto; hasta que una lucha de intereses, deseos y principios saca a luz convenientemente los rasgos de su carácter. Mediante sus más altas dotes puede dominar la situación y vencer a las fuerzas rivales; o puede, debido a defectos de personalidad o a su incapacidad para ser mejor de lo que es, caer en desgracia.

El conflicto puede ser objetivo o subjetivo (En palabras simples, esto significa que puede surgir por algún objeto que ambas partes desean; o puede haber conflicto entre fuerzas o impulsos que residen dentro del individuo). Y debe producir una situación en la cual el personaje debe elegir entre una u otra línea de acción.

En la intriga simple y única del cuento, una subtrama podría resultar desorientadora. Las situaciones o incidentes elegidos meramente por su capacidad para interesar o divertir no tienen cabida en el compacto arte del cuento.

En el análisis y estudio del relato hay un punto que se pierde de vista muchas veces: un cuento puede tener la técnica perfecta y, al mismo tiempo, no mostrar ningún destello del alma ni de la inteligencia del autor.

Cuando forma y espíritu se unen en el mismo cuento obtenemos el placer de la armonía perfecta.

“Un artista literario hábil debería esforzarse para que el cuento produjera un efecto único y singular. En la composición no debería haber ninguna palabra que no vaya, directa o indirectamente, hacia el fin preestablecido.” (E.A. Poe)


16 de febrero de 2010

"Animalia" (cuento en capítulos mensuales)


CAPITULO I

“Un Gran Sueño”
por René Coayla C.

El verde fresco de la hierba teñía incesantemente mis dientes, el aroma a libertad entraba a mí y causaba una explosión de alegría en mis entrañas, y la pradera, ignorada aun, me miraba comer con dulzura, con algarabía, me ofrecía sus arbustos, sus verduritas y la tranquila sombra de sus innumerables y grandes árboles, ni qué decir de la mansa tierra viva que bajo mis pies esperaba ansiosa verme corriendo y saltando, pero ya habría tiempo para eso.
Había, como en todo mar de felicidad, un remolino de tristeza que colaba mis pensamientos a cada instante y me obligaba a comer cada vez con menos ansia.
El añoro de ella, de sus manos tibias y sus palabras dulces, que ahora entonaba el viento sobre mis orejas y me hacia suspirar. Ella, quizás ahora estaría riendo despreocupada, ignorante de mi ausencia, o talvez, enterada ya, estaría llorando impotente tratando de comprender el por qué de mi partida.

Si la viera ahora, correría a su encuentro, quebraría mi lomito a cada salto, y escucharía la música saliendo de su risa, quietita esperaría ver alejarse el suelo al roce de sus manos, y le diría al oído lo alegre que a su lado fuí.

Exhausta por la última aventura, dormí rendida entre el vivo follaje.

Ahora en cambio, sé que ella piensa en mi, que sufre mi partida tanto como yo sufro su ausencia, el viento me lo dijo. Cuando llegué, él fue el primero que me trajo noticias, diciéndome que ya don Mario estaba buscándome, tirando ramitas de alfalfa a su paso, preocupado.

─Háblame del sol ─le dije, para hablar de otra cosa.

-¿No te importa ella? --preguntó, con un dejo de ironía. Pero no respondí, continué mirandolo.

─Es hermoso, grande y amarillo -dijo al fin-. Cuando llueve se oculta y solo oigo su voz diciéndome a donde llevar las nubes...

─ ¿Cómo es el amarillo? -interrumpí, divertida.

─... que reunidas... Hmm... Déjame pensar... ─me contestó el viento. Luego subió muy arriba; no lo vi -claro-, pero lo sabía, pues oía el rugir de los árboles en lo alto al ser azotados por mi nuevo y gran amigo.

-Míralo tu misma… -dijo al fin.

Entonces, sentí que el viento soplaba fuerte bajo mis pies, produciendo el mismo rumor con que volteaba las olas; me elevé unos centímetros del suelo, empezé a pararme, y mi cabeza siempre gacha se alzó por vez primera y al fin pude ver el cielo, y en medio de él, al Sol. Era hermoso, tenía la piel de oro. Creo que le molestó que el viento me dejara verlo, porque ni bien lo hice cerré mis ojos…

─¡Me daña! ─grité al viento, para que me bajara, pero no me bajó, por el contrario, me llevó mas arriba, desesperada por un instante ví la tierra alejarse abajo. Volando, el viento me posó sobre la rama más alta del árbol más alto. Y me gritó “cógete fuerte, no dejes de mirarlo”. Lo intenté, y entonces ví que el viento empujaba a las nubes, que imperiosas cubrieron el impresionante resplandor. El sol entonces, aunque un poco borroso, se mostró sin daño alguno a mi vista. Me quede allí, congelada, mirándolo, mirando su majestuosidad y sintiendo su calor; el viento, alegre, lo miraba junto a mi. Y luego de un rato, que pareció interminable, comprendí que estábamos viendo a Dios.


Al poco rato de estar allí, el viento mismo me dejó en el suelo. Y me preguntó qué haría. Le respondí que nada, que jugaría con las matas, que saltaría sobre el verde pasto, que pensaría en ella, que viviría.

Entonces se fue, y me quede allí, dormitando como al principio. Y después de haber visto y conocido tanto, me extrañó no estar cansada. Me levanté de repente, y al fin comprendí lo que había sucedido.


CAPITULO II

“Una Breve Separación”

Correr era para mí lo mismo que nadar para los peces, lo que volar para las aves. Saltar era para mí sólo una gimnasia, un ejercicio, pues lo que más me gustaba de vivir era, sin lugar a dudas, el poder husmear. Arrinconada y muy quietita esperaba que todos dejasen de mirarme con supervisión, me hacia la tonta y dejaba que pensaran que estaría tranquila en ese lugar, entrené a mi paciencia y fue así que aprendí a aburrirlos, y cuando el último guardián volteaba la vista, empezaba mi aventura.

Traviesa por naturaleza, recorría todos los rincones y los hacia míos con una pequeña y olorosa marca. Siempre fue la buena suerte compañera infaltable en mis aventuras, pues me cuidaba de que me encontraran in fraganti o de que ocurrieran penosos accidentes. Como cuando me encontraron dentro del armario, sin percatar que había malogrado las puntas de los zapatos, o como cuando casi muero carbonizada por morder los cables tras el televisor gracias a Dios desenchufado. O como cuando, empujada por la necesidad imperiosa de la curiosidad, en un descuido aproveche la puerta abierta y bajé saltando tres pisos de gradas y acabe escondida tras unas macetas. Me halló ella muy asustada, la vi llorando. Entonces comprendí que mi necesidad de vivir le partía el alma. Y fue así que poco a poco me di a la idea de que algún día una de las dos acabaría muriendo de pura pena. No podría decir que fue eso lo que me obligo a escapar, pues para entonces ella y yo ya estábamos separadas.

Fue por don Lino y doña María. Hartos de mí alocada presencia en su tranquila morada fueron poco a poco los que más rápidamente se cansaron de mí. Primero fue doña María cuando encontró sus zapatos.

Una mañana en que ella y yo charlábamos del amor. La llamó para comer. Y yo, que no comprendía por qué a mí no me sentaban en hermosas sillas y me servían mis hierbas en un plato blanco, me quede como era mi costumbre recostada en toda mi extensión bajo la ventana, que era donde más fresca me sentía, tratando de cerrar mis ojos y dormir. Estirando todo lo que podía mis piernas y mis brazos cada cierto tiempo.

No pude evitar oír aquella discusión, que no me importaba en absoluto. Pero cuando la sentí acercarse y acariciarme con sus manos tibias, y sentí sus mojadas lagrimas sobre mi cara, recordé frases como “un tiempo más y se va con la Rebeca” y “cada vez está más malcriada”

─ No te irás, juro que no te irás, te quedaras conmigo siempre, siempre, te adoro tanto, moriría sin ti. -me decía al oido.

─ También yo te amo, nunca me alejaría de ti, ¿Es que no me quieren ya? ¿Qué quieren que haga? ─ le preguntaba.

Pero ella parecía no escuchar, arrodillada me apretaba fuerte entre sus brazos y me mojaba con sus lágrimas.

─ Si te vas me muero, muero sin ti priskisiosa. ─ me confesaba entre sollozos.

Me gustaba como me llamaba, y siempre que me decía así yo le respondía quebrándome en cada salto. Así éramos felices.

Pero a pesar de sus promesas y sus llantos, al siguiente día se cumplió lo anunciado.

Fue un domingo, lo recuerdo bien porque ese día nadie salió de casa, y el ambiente era, para ellos al menos, aburrido. Ella estuvo todo el día pensativa, y aunque me miraba con dulzura yo sabía que estaba triste, preocupada.
Un brillo pequeñito en cada uno de sus ojos traslucieron cuando vino triste hacia mi cesta, una gota transparente cayó al suelo cuando la sentí cargarme por última vez, y supe que todo estaba consumado, que mi presencia en su casa concluía. Sin sacarme de mi cesta me llevó fuera de casa, entró conmigo a un aparato gigante y plateado que tenia puertas y ruedas y emprendimos un viaje fatal, lleno de tumbos que me hacían querer vomitar a cada instante, pero no lo hacía porque la tenía en todo momento a ella, que no me despegaba la mirada por entre las rejillas de mi cesta, hipnotizada metía su dedito y yo me acercaba con dificultad, pues a cada instante había bamboleos y temblores, todo el viaje la pasó acariciándome, el viaje tosco y horrendo se hizo soportable solo con sentir su dedo en mi cabeza, acariciandome.
Cuando frenamos, ella me llevó consigo y entré entonces a un lugar muy poco familiar. Y aunque parecía estar todo tranquilo, lo único que entonces pude comprender, es que no era mi hogar, mi hogar era con ella.

Pase el día muy triste, sin salir de mi cesta. En casa yo siempre estaba haciendo bulla y sacando las manos por las hendijas en señal de rebeldía y ansias de ser libre. Ese día en cambio, a pesar de que dejaron caer la tapa no quise salir, me desolaba la idea de no volver a verla, me quitaba las ganas de correr y saltar su triste ausencia, lo único que hice fue comer lo que me dieron, que fueron verduras deliciosas además de mi hierba de siempre, y recostada en la más honda soledad me di cuenta tristemente, de que ella me había abandonado.

Un sentimiento nuevo entró en mi pequeño corazón, y conocí entonces la tristeza y el rencor. Quise odiarla, pero no podía, aun estaba fresco como la hierba que comía el amor que nos sentíamos, pero poco a poco fui alimentando esos nuevos sentimientos con la pura paja de la soledad y el abandono, que me tenían sin ganas de seguir viviendo. En mi pequeña cabecita las preguntas no entraban, rebotaban entre ellas y me hacían tambalear, todo era lo mismo, ¿por qué me dejó?

Pero por la noche todo cambio, y esos dos nuevos sentimientos se fueron como llegaron, pues mientras dormitaba pude oír su voz, y desde las rendijas de mi cesta pude verla, entrando majestuosa, hermosa, corriendo hacia mí, que ya había puesto mis pies entre las rendijas, llamándola.

─ ¡Mi priski!, ¡mi hija!, ¡mi preciosa! ─ gritó ella abriendo la tapa. Salte a sus brazos y sentí su calor tan poco tiempo extrañado, sus besos me inundaron al igual que sus lagrimas saladas, y comprendí entonces que no debía ser tan desconfiada, me avergoncé de haber querido odiarla y entonces la amé por multiplicado. Corrí por vez primera en ese extraño lugar y salte quebrándome para ella. Conocí a nuevas gentes que me conocieron y regrese saltando a sus manos otra vez, nos besamos y fuimos presas del amor más fuerte que nunca.

Pasamos la noche mirándonos y jugando, le mordía sus rizos y ella me rascaba la cabeza, yo la amaba más que nunca y ahora estaba segura que ella también a mí. Me explicó que ya no podía regresar a casa junto a ella, me prometió venir a verme a diario y me dejo grabada su sonrisa en mi tan pequeña alma. Así que al poco rato, cuando se fue otra vez para su casa, cuando regresó sin mí a mi antiguo hogar, ya no se llevó consigo mi alegría.

Pero al día siguiente no llegó, la esperé todo el día jugando y saltando, pero no se apareció, las horas pasaban y mi ilusión se iba con ellas, pensaba que tal vez demoraría, menguaba mi preocupación con pensamientos de esperanza, pero nunca llegó. No vi sus rizos castaños por espacio de una semana, y triste e increíblemente la olvide.

Viví poco tiempo con los Coayla, que me dieron durante el día un espacio en su patio trasero, lugar en donde unos cuantos cachivaches, cuadros viejos y botellas sirvieron para inventar nuevos juegos, aprendí a saltar mucho más alto cuando el novio de mi amada puso una gran tabla en la puerta siempre abierta para que yo no escapara, ellos sabían de mis travesuras. Entrando la noche el frío me calaba y entonces él venía a buscarme, y yo me escondía en todo sitio, bajo la vieja lavadora, o tras el cilindro, le costaba atraparme, entonces me metía adentro, y me llevaba a mi casita, mi cesta. Allí me cubría con las cobijas, que por cierto eran las mismas de mi antiguo hogar. Y pasaba la noche a oscuras, igual que antes, pero en un clima de hogar muy distinto.

En las mañanas me soltaban nuevamente en el patio, en donde yo me ensuciaba donde quisiera y jugaba con todas las cosas, saltaba y me recostaba en los lugares calientitos, que era donde el sol iluminaba el suelo.

Fue cuando me cansé de jugar que aprendí a escuchar, y entendí cada vez más a los humanos. Entendí que para entrar al patio debían empujar la gran tabla que yo no podía saltar, y paradas frente a un gran pozo, metían prendas y las mojaban y sobaban con fuerza mascullando frases de resignación, o a veces en silencio escuchaban musica o voces venidas de aparatos. El fin de ese juego era llevarse todo en grandes baldes hacia donde yo no imaginaba, pero que queria conocer. Así fue que la curiosidad me dio las fuerzas para saltar un día la gran tabla y llegar a ver que la gente subía gradas con dichos baldes. Yo no pude subir. Pero me di cuenta del por qué lavaban. Sus cuerpos eran todos iguales, y solo esas prendas los hacían diferentes, por eso las mantenían siempre limpias. Me pregunte el por qué las usaban, y comprendí que, a diferencia de mi, a ellos les avergonzaba sus cuerpos.

Como dije, la olvidé, no me avergüenzo de admitirlo, pero me entristezco de haberlo hecho pues fue sin querer, sin proponérmelo, que un día la ofendí.

Fue de noche, yo estaba ya en mi cesta, triste, pensativa, y no tanto por ella, mi pequeña cabecita no tenia espacio para los recuerdos. Así entonces fue que, cuando la vi entrar de nuevo y correr hacia mí, me quede quieta en donde estaba, ella abrió la tapa, metió su mano y me quiso acariciar, entonces, instintivamente, como si fuera un desconocido, la arañé. Tres hilos rojos nacieron en su mano.

No hizo falta verla llorar, pues el vacío en su mirada me hizo comprender que yo había actuado mal, vi sus ojos pardos reflejar más que nunca, y me sentí mal, me sentí terrible, quise saltar hacia ella, pero la vergüenza por lo que había hecho me tenia inmóvil.
Pero ella, sabia, no reaccionó mal, vaciló un instante y nuevamente intento acariciarme, el roce tibio de su piel trajo a mí nuevamente el recuerdo de nuestro amor.
Para reponer mi falta, salté sobre sus piernas y ella me sostuvo y me cargó a la altura de su rostro, entonces la bese y ella sonrió, y ese incomodo momento paso al fin.

Me llevó a casa nuevamente, y puedo decir que el viaje me fue mejor. Ya no sentí esas ganas horribles de vomitar, pues la segunda vez no sentí para nada los mareos, quizás la felicidad de estar con ella otra vez me hacia más fuerte. Ya en casa, la timidez fue lo primero que me hizo no querer salir de mi cesta, pero sus manos bondadosas me arrastraron hacia fuera y no pude negarme. Salí corriendo y trepé muebles, salté sillas, recorrí todos mis rincones de mi antiguo y ahora otra vez nuevo hogar, y confiada hasta mojé un cojín.

Si eso hubiera sido todo no habría pasado nada. Don lino llegó y se sentó en mis orines, cuando se dio cuenta ya su pantalón estaba mojado. Esa fue mi condena.

─ Toda la vida es lo mismo, ni bien llega ya esta meándose, no se va a quedar en casa.

Próximo capitulo "Los animales allá", para el 20 de Mayo.

15 de febrero de 2010

"La décima del Año"



POR EL SENDERO DEL SOL
de Fidel Alcántara Lévano

Por su estilo que motiva
Al sembrar una esperanza
Imponente en narrativa
GIOVANNI BARLETTI AVANZA

I
Con el lenguaje corriente
Que vive en la juventud
Con su toque de virtud
Emana como un torrente
Con el verbo de su fuente
Y entereza positiva
Recrea con su inventiva
El suceso cotidiano
Y marca un hito galano
¡POR SU ESTILO QUE MOTIVA!

II
Es diverso el escenario
Donde transcurren las acciones
Y transmiten emociones
Con el ayer solidario
Es el teatro necesario
que hasta lo insólito alcanza
y lo oscuro al viento lanza
Y lo engrandece su pluma,
y romántica es la bruma
AL SEMBRAR UNA ESPERANZA.

III
Desfila el fiel personaje
Con albor de adolescente
Y se energiza el ambiente
Por fascinante paraje.
Se torna dulce el paisaje
Por su vena creativa
Y sin ruta negativa
Le da luz a la penumbra,
y un horizonte vislumbra
IMPONENTE EN NARRATIVA.

IV
En la radiante Arequipa
Se forja una profesión
Pero ya su inspiración
Con calidad se anticipa.
Con diez temas participa
Y nos deja una enseñanza
Si en el ser hay la confianza
De a poco se toma altura,
por eso en literatura
GIOVANNI BARLETTI AVANZA

V
Un orbe mágico en flor
Es EL QUE NO CORRE, VUELA
Y del arte que se anhela
DRAGOSTEA es editor.
Expone el drama y candor
Con leal sagacidad
Que entre ficción y verdad
de la existencia es reflejo,
y ofrenda como un espejo
UNA CRUDA REALIDAD.

VI
A una muy corta edad
Vas logrando trascendencia
Y tu ser reluce esencia
De inspirada identidad.
En honor a tu bondad
De trabajo y plena euforia
Vas escribiendo la historia
De tu mundo fascinante,
pues Giovanni vas fragante
¡HACIA EL ALTAR DE LA GLORIA!

Por: Fidel Alcántara Lévano
 

"Las cabezas voladoras" (cuento)


Las cabezas voladoras
por Giovanni Barletti A.

Dicen los ancianos y algunos brujos entendidos en el tema que salen del infierno ni bien comienza la noche, a eso de las seis y siete, cosa rara entre los demás espíritus y fantasmas de la ciudad que prefieren la medianoche o las horas puntas.
Aquellos que las han visto o escuchado tuvieron un final fatal y por ello no existe una versión verdadera sobre las cabezas voladoras; salvo la de Gian Franco Ghersi, que no se loqueó ni murió a los cien días, pero en cambio murieron sus cuatro hijos y su esposa desapareció un mal día de manera aún no esclarecida; a sus espaldas se comenta que el viejo Ghersi dio en sacrificio a toda su familia para salvarse, pero fue demasiado para él y se suicidó cortándose el cuello con una hoz hace no muchos años.
Su aparición viene acompañada con una chillido atroz que rompe los tímpanos de quienes lo escuchan y generalmente aparecen en las zonas rurales, en chacras, haciendas y bodegas; sólo se tiene registro de dos apariciones en la ciudad, una en tiempos inmemoriales en el callejón de las siete puñaladas mientras se celebraba un duelo entre dos caballeros moqueguanos, los dos se dispararon así mismos luego de la aparición; y la segunda en el pueblo de Torata en la casa de don Fermín Vargas mientras celebraba una fiesta por su nonagenario, muchos de los presentes se loquearon en el instante y no volvieron a pronunciar palabra, los demás murieron al poco tiempo y sólo se salvó una bisnieta de don Joaquín que hasta ahora no tiene idea de lo sucedido.

Se cree que las cabezas pertenecían a tres brujos que a principios de 1800 mantenían asustada a toda la población moqueguana por sus poderes malignos.

Era fácil encontrarlos, vivían en lo alto del cerro Baúl donde aún se conserva una choza, que cuando no ha desaparecido sirve de entrada al infierno, y donde ellos acudían los hacendados moqueguanos en busca de una ayuda para mejorar la cosecha, pero generalmente eran esas visitas para hacerles daño a otras personas, causando enfermedades incurables e incluso la muerte.

Los pobladores, asustados al máximo, nunca hicieron nada para detenerlos; ni siquiera cuando comenzaron los sacrificios humanos al mismísimo Belcebú, y era cosa de todos los días la desaparición de niños y niñas que nunca más regresaban ni se les volvía a ver.

Cuando el ejército libertador estuvo de paso por Moquegua, alertados por la población moqueguana, se hizo una expedición para capturar a los tres brujos que habían comenzado a pedir cupos, además de mujeres y comida a las familias moqueguanas.

Una vez entregados, fueron linchados y quemados vivos; los gritos de los tres brujos eran tan agudos que hicieron perder la audición a los presentes y fue necesario apagar el fuego. Medio muertos pasaron la noche a la intemperie y se les cortó la cabeza al día siguiente. Sus cuerpos fueron enterrados en el cerro Baúl y las cabezas fueron arrojadas en el río Os More; pero es probable que en aquella noche interminable, que pasaron con el cuerpo quemado y sin poder morir, hayan hecho un pacto con el diablo y por ello salen de vez en cuando a capturar almas y cobrar venganza.



"La Pava" (cuento)


La pava
por Giovanni Barletti A.


Son pocos los hombres que soportaron la debacle que significó la pava en sus vidas y, por ende aún sobreviven. De ellos se puede documentar una historia no del todo esclarecida pues no siempre sucedía de la misma forma, quizás han de existir varias pavas o simplemente fueron alucinaciones de esos pobres desgraciados y borrachos en un ataque de diablos azules.

De ella se sabe que era una bruja. No una de aquellas que tienen granos gigantescos en la punta de la nariz y son calvas, mucho menos surcaba el cielo en una escoba astillada; era una mujer joven y rica, de tez un tanto pálida y de cabellos largos y negros que le llegaban a la cintura, mirada penetrante y nunca se supo de qué color eran sus ojos, nadie le sostenía la mirada el tiempo suficiente como para adivinarlo, sólo se sabe que eran hermosos; pues, en efecto, había heredado de su madre la hechicería, así como esa belleza sin comparación, pero además esa enfermedad innombrable, manía, o simplemente apetito desmedido que la hacía exprimir a los hombres hasta dejarlos en estado calamitoso y sin nunca llegar a la completa saciedad ni satisfacción: La ninfomanía.

Su marido, Aureliano Vargas Vargas, nunca aceptó la tara de su flamante esposa y afirman le siguió estoicamente el paso hasta que le tocó sucumbir por una enfermedad que nadie supo diagnosticar; pero en vida fue tan rico como celoso el hacendado moqueguano que dedicó sus días y sus respectivas noches a vigilar a su mujer al milímetro, en aras de que nunca le pasara por la cabeza acudir a otro hombre en busca la satisfacción total que ella tanto anhelaba.

Fue de esa manera que ideó aquel plan mefistofélico para engañar a su esposo y escudado por la hechicería que tan bien manejaba, que decidió transformarse en ciertos animales para salir de su casa sin ser vista por los innumerables sirvientes luego de dejar moribundo a su marido por una jornada amatoria maratónica.

Salía siempre de noche, no muy tarde, lo suficiente para que la mayoría de las gentes permanecieran dormidas y sólo quedasen unos cuantos peregrinos en las calles oscuras de la Moquegua de antaño.

Su aparición era generalmente al final de una callejón sin salida, en una empinada cuesta o al doblar una intransitada esquina; era una pava blanca que caminaba dando saltitos y que al ser divisada por la víctima de turno aceleraba el paso hacia lo alejado y tenebroso. Casi todos caían, movidos por la codicia y la falta de testigos, algunos por el hambre pues era un manjar caído del cielo, perseguían a la pava varias cuadras, se iban hechizando poco a poco hasta que veían la metamorfosis del animal y pronto se daban cuenta que perseguían a una mujer despampanante y desnuda. Lo que sigue del relato no se sabe cabalmente pues ninguno de los hombres poseídos por la bruja recuerda lo sucedido. Recuerdan la persecución a la pava blanca, algunos despertaron junto a una pava en la madrugada, algunos sólo vieron la luz tres días después y fue necesario llevarlos en hombros a sus casas debido al cansancio generalizado que presentaban. Lo que sí era común en todos es que luego del brutal estupro del que eran víctimas, ninguno volvió a tocar mujer. Al parecer la pava en pos de satisfacerse se llevaba consigo su esencia para no regresarla jamás.


14 de febrero de 2010

Presentación de "El que no corre vuela" en Moquegua


Miercoles 10 de Febrero, un día singular.
Que yo sepa, en Moquegua jamás se ha hecho la presentación de un libro, que yo sepa.
Sin embargo, con los chicos de editorial Dragostea frente a mi y con Giovanni a mi lado hablándome de su tensión por lo que se viene en la noche, puedo no sólo confirmar este hecho, sino que hasta tengo el deber de darlo a conocer a cuanta persona se me cruze, pues estoy orgullozaso de que al fin se desprenda de mi tierra un gran pedazo de la cáscara de ignorancia que rodea a todos los eventos que se hacen llamar culturales. Estoy orgulloso de que por fin, la gente se dé cuenta de que sí se puede escribir un libro a los veinte años, publicarlo, presentarlo en el auditorio de la Municipalidad de su ciudad, y recibir con humildad honores y elogios nada reprochables ni envidiables a los que reciben los escritores más famosos y vendidos del tercer mundo.
Llegan las siete, diez minutos antes parecía que un apagón repentino en todo el Municipio devastaría la presentación, felizmente no duró mucho la tensión que crea la oscuridad, y la luz llegó de repente, sorprendiendo a alguna que otra pareja que aprovechaba el apagón. Vamos Jorge, párate Giovanni, anda Robert, vayan a sus lugares de honor, que el profesor Benites ya chapó el micro.
Jorge Vargas Prado, el editor cusqueño de 22 años e infinita carisma, se tira media hora hablando, tanto que la gente, inculta al mango, se atreve a aplaudir antes de tiempo, da igual, ya esta diciendo lo último. El libro de Giovanni parece haber roto sus esquemas, haberle dado una nueva visión a su vida, haber forjado en él consejos que ni su propio maestro logró grabar en su rebelde mente. Con sus palabras, nos dimos cuenta todos los presentes que aquel muchacho altote de blanca piel, larga cabellera dorada y palabras decididas, dejaba muy en claro que Giovanni había hecho un gran trabajo con "El que no corre, vuela".
Ahora Robert, el arequipeño que junto a Jorge y Maria Miranda fundaron editorial Dragostea hace cinco años, comienza a hablar.
Robert habla casi narrando, en un momento, el genial joven parece olvidarse de que hay un público y comienza a explorar recuerdos en su mente casi como para él mismo. Fluyen como un río sus recuerdos y sus palabras casi nos hacen a todos desaparecer del presente, sacarnos de las butacas y llevarnos al pasado de su vida desde que conoció a Giovanni y leyó su libro. Es una persona admirable ese Robert, y también tiene sólo 22.
Cuando llega finalmente su turno, Giovanni hace una espectacular representacion de lo que tantos días estuvo ensayando decir. Felizmente le sale todo bien y hasta se permite hablar vulgaridades ante el silencioso espanto de las señoras de las cinco décadas que estan muy presentes en las primeras filas del auditorio. Uno que otro carajo por aqui, webon por allá, y ya está. Queda bien claro para esas señoras que ahora los jovenes escribimos así, reflejando la realidad de cuando éramos niños. Que no se hagan pues.
Full bocaditos, suficiente vino como para dejar a todos muy contentos.
Esa noche fue inolvidable para mi, jamás olvidare haber salido del auditorio con Pp Xarlie, Giovanni, Robert, Jorge, Webelin, Andy, Morkis y Trufita a divertirnos al Bandido, ni el pisco que aligeró esa noche mi garganta, ni la pizza que el gran Valentín, mas Robin que Batman, nos trajo para picar. Ni olvidare jamas las excelentes décimas que entre risas inventamos, recreando el momento en que don Fidel Alcántara nos sorprendió a todos con la propia durante la presentación, y a que a mí me mantuvo en una constante y casi vergonzosa aguantada de risa. Pero de entre todos sus veraces y acompasados versos, solo uno vibraba en nuestras mentes y nos sacudía de risa a cada instante de la velada, posiblemente el más franelero de todo el recital, pero el mar veráz y cierto de todos: Giovanni Barletti avanza.

12 de febrero de 2010

"El Sueño de la Bestia" (cuento)


 
EL SUEÑO DE LA BESTIA
de René Coayla C.

Diciembre, 2009.

- Puta mare, estamos perdidos, ¿cómo chucha hemos caído acá como webones!

Cool me mira, pero no me dice nada, Carol me dice molesta que espeso. Pero yo sigo molesto, el sol arde y el calor es insoportable, y le digo ya que chucha, al fin y al cabo ya vamos a llegar.

- Y todo… ¡por las cataratas! – dice, sonriente. Y yo me cago de risa, hemos estado haciendo esos chistes todo el día.

- Si… –le digo- …por las ¡pinches cataratas! jaja.

A mi alrededor solo hay cerros, y a lo lejos puedo ver... ¡solo cerros! El sol está justo encima de nosotros, así que deben ser las once o doce de la mañana. A mi lado tengo a todo un grupo de amigos, en total somos como siete, pero, por un motivo que atribuyo a mi dolor de cabeza por el fuerte sol y estas nubes que rodean todo lo que veo, no logro distinguir bien a todos. Y mucho menos ahora, que uno de ellos, precisamente Cool que está a mi lado, grita ¡que mierda es eso! al tiempo que señala con el brazo al horizonte, en medio de los cerros, a lo lejos, una sombra extraña parece moverse en la arena, en la punta de una loma, y que parece estar bajando, o cayendo, digo. Todos se quedan callados, pues podemos ver claramente, y aunque el sol es fuerte sé que no es un espejismo, la mancha negra que parece estar bajando el cerro, y ahora que una nube oculta el sol, puedo distinguir mas claramente que parece ser una persona.

- Carajo. –dice Bruno– ¡que mierda es esa webada?! ¡Parece que esta corriendo hacia nosotros!

- Es una persona, creo –digo. Pero Carol, a mi lado, me toma del brazo y volteo a mirarla, está pálida, pero no me mira, sigue viendo al horizonte.

- Oe, creo que mejor nos vamos regresando –dice, con un tono muy extraño.

Ahora que la veo, me doy cuenta que comienza a parecer desesperada, algo dentro de mi se encoge, en mis entrañas algo se presiona fuerte y mi cabeza comienza a dolerme. Observo bien el cerro a unos trescientos metros de donde nos encontramos, y puedo ver claramente que es una persona lo que viene corriendo, o deberia decir arrastrandose, a gran velocidad, hacia nosotros. Pero algo en ella no esta bien, su contextura es diferente, como que muy delgada hasta para ser una persona que anda corriendo por el desierto y encina, con este terrible sol. Sus piernas son como mas delgadas y largas, sus brazos también son largos, y su cabeza tiene como una especie de… ¡orejas extrañas! y su rostro es más extraño aún, definitivamente parece un monstruo, pienso. Recuerdo la historia de los condenados, esos hombres que han sido catigados por Dios a permanecer deambulando por la eternidad, hasta que los pies se les desgastan de tanto andar. Veo al hombre que se acerca, y toda imagen que pude haber tenido de un condenado ni se acerca a lo que ven mis ojos. Es una especie de loco, con rasgos de humano, pero piel y aspecto de monstruo.

En tal situación estamos, cuando escucho unos gritos atrás mío. Veo que Bruno ya retrocedió y está llamándonos para que corramos tras de él, que ya empezó a correr, si no hubiera sido por eso quizas yo me hubiese quedado como un imbécil a esperar a ver mas de cerca al demonio que se acercaba. Salimos disparados, pero al dar vuelta atrás solo se ven cerros. Increíblemente hemos avanzado más de lo que parecia, pues al llegar corriendo a lo alto de una loma puedo darme cuenta que el camino esta más alejado de lo calculado. Desde donde me encuentro veo, bien lejos, el camino apareciendo entre dos lejanos cerros. Y mucho más cerca, entre la arena desierta, veo que se ha formado un basural y que en el medio de todo, hay una choza. ¡A la choza esa! Grito, pero mi voz sale ahogada y creo que nadie puede oírla. Mas veo aliviado que Bruno parece haberse dado cuenta ya de ella y cambia de dirección hacia la choza, y en ella entran él, Carol, Cool, y algunos otros más que no alcanzo a ver.

Pero al llegar a la choza esa, descubrimos que lo mejor tal vez hubiera sido seguir corriendo, como hicieron un par de amigos que se quedaron atrás. Pues las paredes están llenas de cuchillos oxidados, cachivaches raros y filudos, tubos, y fierros viejos colgados por doquier. Al fin y al cabo es una choza normal para un basural, pienso rápidamente.

De repente, escucho unos gritos, o debería decir aullidos, desgarradores y muy cercanos. Pero con el miedo que aunque no quiero llevo, no logro distinguir de quién son, y ahora una especie de bufido mezclado con lo que para mi horror, parecen ser crash crash, chasquidos de huesos. ¡Se los está comiendo!, pienso, horrorizado ya en extremo. Pero eso no es lo peor. Alguien grita de repente ¡¡viene para acá, viene para acá!!

Todos salimos corriendo por el otro lado de la choza, pero al salir, puedo ver a traves de la misma, pues debo decir aquí que la choza no es más que un armazón de palos con unos cuantos fierros a modo de paredes, al monstruo viniendo, en efecto, hacia nosotros. Pero me tranquilizo mucho de repente al ver que, aunque viene hacia nosotros, viene caminando, casi arrastrando los pies. Y con el cuerpo bien encorvado viene comiendo algo que va trayendo entre las manos. Algo que, según puedo distinguir, parecen ser los sanguinolentos restos de aquel desdichado amigo mio que hace un rato gritó pidiendo auxilio, o quizas demostrando que lo estaban devorando vivo, pienso.

Miro a mi alrededor, y siento que algo me vibra en el pantalón, ¡mi celu!, lo saco rápidamente y contesto, es mi madre, que seguro quiere preguntar por cómo me esta llendo.

Lee el cuento completo en http://www.feedbooks.com/userbook/9972




11 de febrero de 2010

"El amante de los libros" (ensayo)



El Amante De Los Libros
por José Carlos Valdivia Vera


Julio Ramón Ribeyro publica el texto: “El amor a los libros”, en el suplemento dominical del diario El Comercio (14 de julio de 1957). Años después lo incluiría en su libro: “La caza sutil”.



La agregación de este texto al escultural cuerpo del libro, tiene motivos arraigados al alma del autor de Los gallinazos sin plumas. Obedece a un instinto conservador, casi paterno, de supervivencia, de maestro que lega, así, sin dejarnos en la intemperie de la búsqueda de textos con alma, de espíritu narrativo y seductor. Y es que en cada uno de sus textos, Ribeyro asume su rol protagónico de manera tan estricta, que dirige siempre la lectura hacia un mejor concierto.



Comenzará el texto hablando sobre Manuel Gonzales Prada, al que se refiere como ¨Don Manuel” (y no por razones de estricta condescendencia), comentando que su hijo, Alfredo Gonzales Prada, decía que su padre sentía por los libros un respeto cual religioso, al extremo de ser incapaz de subrayarlos o de trazar notas marginales. Se contentaba-dice Alfredo-con redactar largas tiras de comentarios que añadía cuidadosamente al final de cada libro leído. Aquí Ribeyro indica que, según lo expuesto, Don Manuel no amaba a los libros, sino que era un “respetuoso lector”.



Menciona que, en realidad existe un amor físico a los libros muy diferente al amor intelectual por la lectura. “Así como el don Juan no ama a sus mujeres, el gran lector no ama a los libros”. Los usa y olvida. Y es en esta parte cuando Ribeyro describe al amante de los libros recurriendo a la ficción. Audacia que el autor de este texto también empleará.



El amante de los libros ama a los libros como cuerpos independientes, como seres que recobran vida al abrirlos, y duermen una siesta. Y es que para el amante de los libros, las letras impresas con el pensamiento, reaccionan igual que los átomos al cambio de temperatura. Con el calor de su mirada, de su lectura, las letras comienzan a saltar, a juntarse con otras, como excitadas por un fuego brusco. Para el amante de los libros también, es una necesidad la existencia de libros en su casa, en su vida, los ama como conjunto de páginas, a la que es necesario palpar, oler, lamer, rozar con su piel, pegárselo al rostro, examinarlo de frente, y luego alinear en un estante, “incorporar al patrimonio material con el mismo derecho que al bagaje del espíritu”.



Ah, y esto es muy importante, el amante de los libros no aspira solamente a la lectura sino a la propiedad. Una propiedad que necesita observar todas las solemnidades, requerir todos los requisitos y cumplir todos los ritos que la hagan incontestable. “El amor a los libros se patentiza en el momento exacto de su adquisición”. El verdadero amante de los libros no tolera siquiera la intervención del expendedor para envolverle el libro. Necesita llevarlo desnudo en sus manos, irlo hojeando en el camino, tropezar con alguien o tal vez un poste o un aviso, pisar un charco de agua, de lodo, mierda de perro, sufrir todos los trastornos de un primer encantamiento. Al llegar a su casa, lo primero que hará es grabar en la página inicial el nombre y la fecha del suceso, porque para él toda adquisición es una peripecia que luego vendrá a la mente y será necesario recordar. Pasado el tiempo dirá: “Hace tantos años y tantos días que compré este libro”, como se dice: “hace tanto tiempo que conocí esta mujer”.



Después de cumplir el rito inicial, el amante de los libros se verá las manos, los dedos, ahora está temblando e indeciso cogerá cualquier objeto próximo que sirva para no dañar las hojas mientras las pasa, comenzará a leerlo progresivamente, con vehemencia, sin ligereza alguna, con sobresaltos en el sillón donde se encuentra, se parará y caminará leyendo un momento antes de sentarse de nuevo a seguir leyendo sentado, con estrujones estomacales, como se ama a una novia conforme se la va descubriendo, como se la va conociendo, del libro sale una esencia de mujer, un espectro, un holograma.



Con la misma intensidad con la que se vive una conquista vivirá el amante de los libros su derivado amor intelectual por la lectura. Comenzará con halagos, con caricias, repitiéndole anhelos, implorará conocer la trama, el bullicio, y la lectura jugará con él a su antojo, se divertirá con él antes de entregar siquiera la mano.



“Y durante el proceso de la lectura no resistirá ninguna tentación”.



Cubrirá el libro de caricias y de rasguños causados por contracciones involuntarias; las paginas se irán cubriendo de ojos abiertos y admirados, de largas reflexiones a sus ideas atrevidas, de interrogaciones a sus párrafos oscuros; los pestañeos serán como la respiración, el tomar aliento para seguir mediante la lectura el viaje intelectual, metafísico. Y solamente así –después de haberlo hecho viajar en una combi, entre sus cuadernos, de haberlo leído en la clase de cálculo mientras todos recreaban un ambiente numérico, después de haberlo llevado consigo al baño al sentir el primer llamado del estomago a la actividad del cambio de volumen, después de haberse introducido con él a la cama- podrá decir: he leído el libro y lo he poseído, lo he amado.



“Es por este motivo que el amante de los libros es intolerante con los libros ajenos. Leer un libro es como leerlo a medias. Porque si el libro es nuevo el lector necesitará observar cierta cortesía-forrarlo- probablemente-necesitará, además, ser condescendiente con sus ideas, aceptar políticamente algunos puntos discutibles, combatir de continuo sus impulsos voraces y contentarse, por último, a dar aquí y allá un ligero toquecito a fin de no hacer ostensible, a ojos del propietario, ese abuso de confianza.”



En cambio si el libro prestado es viejo y releído, la situación cambia radicalmente. El lector se aprestará a la lectura con la animosidad y el escepticismo del que consiente recorrer una floresta o una mujer explorada de la que ya se recogieron los mejores frutos, su mejor miel. “Cuando mas, se limitará a buscar algún rincón oculto que haya pasado inadvertido al propietario, y pondrá el regocijo de un verdadero hallazgo”.



Por eso mismo el amante de los libros no frecuenta las bibliotecas públicas. El acto le parecerá tan pernicioso y humillante como cagarse en el salón de clases. “Los libros puestos a disposición de la comunidad son libros fríos, secos, con los cuales no nace ningún acto de verdadero amor, no se genera una verdadera confianza”. Con ellos solo podrá darse un acto de brutalidad, como el de arrancar una de sus páginas o cruzar la calle para llevarlo a fotocopiar, sometiéndolo al rigor de una mujer joven y malhumorada y una máquina por solo diez céntimos.



Hay gente sin embargo, que sólo lee en las bibliotecas públicas o lo hacen mediante el computador. Y aunque, el computador contenga la obra legítima, las mismas letras e incluso, aparezca el fondo limpísimo de una hoja en blanco, el amante de los libros repudiará la luz artificial que emana, la tecnología que lleva impresa la literatura, sucumbirá ante numerosas discrepancias suyas. El amante de los libros no entenderá nunca como hacen esas personas para leer sólo en las bibliotecas públicas, sólo en el computador, le revelará que en el fondo tienen una discapacidad para amar. Porque un libro leído y, sobre todo, amado, es un bien irremplazable, una cualidad adquirida, el dulce en un momento de ansia. Se podrá trazar a mano alzada, la vida misma de una persona, su biografía, sus traumas, su carácter no solamente sabiendo que libros ha leído, sino como los leyó.


------------------------------malosmuchachos.blogspot