Cuentos


PROFANACIÓN
(por Joel Benites Díaz)

<> (G. Haubert) ¡Qué nihilista! Estar sentado es justamente el pecado contra el Espíritu Santo. Sólo tienen valor los pensamientos que surgen andando.
F. NIETZSCHE, Cómo se filosofa a martillazos.

Un pueblo pequeño acoge a individuos extraños involucrados en un clima funesto. El tiempo parece no tener memoria, sale por la ventana como fantasma traspasándola sabiendo que jamás regresará, ¿qué se puede esperar de unasociedad donde los seres humanos actúan con zafiedad?
Militares implantan sistemas oligárquicos casi invencibles, adolescentes marchan temerosos mientras observan atentados injustificables contra su propia raza, inocentes actúan instintivamente al plasmar mediante experiencias historias trepidantes, pues estas suelen escribirse con sangre, aunque muchas veces pretendan justificarlas. Vigilo siempre mi casa ubicada en Avenida Panamá y observo a Matías, le formulo algunas preguntas sobre la muerte. Él queda inmóvil sin dar respuesta eficaz mirándome con atalaya escrutadora e intenta darme una expresión ecuánime: -La muerte constituye otra forma de vida imbuyéndonos dentro de un mundo espiritual alejándonos del materialismo que nos mata aún sin preguntar- afirma Matías seguro de sí mismo, infla el pecho y levanta la cabeza. La calle queda lejos del centro educativo donde estudia su hermanito. Vía peligrosa henchida de sectas diabólicas, sólo los escritores podrían inspirarse en esas cosas. -Miro el reloj impaciente y corro desesperado intentando borrar el pasado, afligido doy pasos largos, luego desafío a la naturaleza concretando acciones que antes parecían imposibles de realizar, la suerte está con quienes cambian radicalmente el destino de la humanidad.-
En seguida suenan rayos amenazándonos por tamaña osadía en pleno centro de la Iglesia, sacerdotes y monjas levantan las manos, suben la cabeza, entrelazan sus dedos y rezan esa oración que "según ellos" Dios les ensenó, -como si la fe consistiera en repetir frases sólo en momentos difíciles para salvarse. "mediocres interesados". Los ateos respaldan acciones indebidas tomando ese texto como referencia: "Dios no existe" repiten formando arengas. La homilía sólo la practican los antirreligiosos para justificas sus acciones. Falsos profetas emiten sentencias erróneas deshonrando principios de una ciencia o arte generándose disturbios entre pobladores, ellos dicen ser los "salvadores" e infieren sin ambages graves daños apersonas o animales. Viajes impredecibles forman parte de esta vida que no elegí, pero sí podré responder a las pruebas que esta me pone, dejarme llevar por el miedo o enfrentarlo, ser quien los demás anhele que sea o decidir por mí mismo. La decisión más sabia es la segunda; por supuesto. Adivinar el futuro es fácil, planificarlo es lo difícil. Efigies religiosas yacen quemadas y los sacerdotes son incapaces de pronunciar una sola palabra. La corrupción no está solamente en la Política, sino también en temas teológicos.  
Dios mío, ¡qué hemos hecho para merecer esto!
Todos los días me inclino hacia ti, rezo sin cesar, y tú te olvidas de nosotros como el viento
cuando amenaza a la humanidad. Pensamientos inhumanos invaden nuestro territorio al dejar secuelas profundas en esta sociedad mientras otros planifican rehacer su futuro 
por medios apócrifos, pues la ciencia y la religión constituyen
dos polos opuestos imposibles de amalgamar.

Sé con exactitud tus argumentos transmitidos desde un texto divino muy usual que acuden
quienes intentan consolarse aún sin conocerte, mensajes intrínsecos yacen
dentro de dogmas irrefutables.

Tiempos difíciles se avecinan, los muertos reposan en tumbas debajo de una tierra
maldecida: Virgen María, ¡dónde estás!

¿Acaso pretendes castigarnos justo ahora que abro mi corazón desinteresadamente 
alejándome de aquella sombría realidad que nunca esperé hallar?
Te pido jamás apagues mi llama encendida durante tantos años sólo para castigarme. 
Desobedecer normas jurídicas consiste en evadir la realidad, quitar la vida a un individuo es una "Profanación" que tarde o temprano debemos erradicar.

Argüir ofensas injustificables empeora la situación política, económica, social y cultural del país. Forjar los cimientos para organizar una nación unida parece ser un sueño utópico. La ignorancia es un estigma convertido en una diáspora ascendente diluyendo valores que solían ser universales, el poder económico compra no solo cargos políticos, sino también la supervivencia de quienes temen la muerte. ¿Morir implica acaso acercarnos a un mundo celestial? Sólo lo sabremos al culminar una ardua vida terrenal.

                                                                 20 DE MARZO DEL 2013




VENGANZA CUCHUNA
por Omar Iván Benites Delgado

El cansancio de la caminata agarrotaba mis piernas, pero el ardiente sol calentaba mi pesaroso estado de ánimo brindándome la fuerza necesaria para continuar; bordeaba el río de la aldea, el Moquingoa, la serpiente mágica que nos trae el agua para los campos durante cada verano, siempre con el estío. De pronto a lo lejos, sentí la mirada de aquella Parihuana que vigila mi andar de horas. Llevo el alma cargada de penas por tantos motivos que olvidé contarlos y ocasionaban un profundo dolor en mi corazón; es en ese instante que recordé las palabras del Umu de la aldea cuando nos dijo que le cantaba a las cosas bellas, a las montañas y a la gente, para que las enseñáramos a nuestros hijos y estos a los suyos.

Dijo así aquel Umu Kusa viejo:

“Cuando la penumbra en tu pensamiento se instale
o cuando sientas una honda pena;
al despertar el alba, a la sombra de un pacae
o cuando la luna venga llena,
ve a la montaña, un poco al oriente;
dile al Apu Baúl de tu sufrimiento y de tu inquina,
él le dará luz a tus ojos, abrirá tu mente
y repondrá la paz en tu alma Cuchuna”.

Lo sabía también mi padre allá en el tiempo y no se si lo escuché algún día, pero hoy arrastro muchas dudas y demasiados sufrimientos. Es ahora en este caminar que extraño su voz y siento su ausencia de hombre rudo y de mirada tierna.
En el meqlla tejido que colgaba de mi costado izquierdo, había lo necesario para el pago en la Qhapana sagrada que era de todos.
¡La hoja de coca debe ser fresca y de la mejor, tengan cuidado cuando paguen, el motivo debe ser importante! Decía el sabio sacerdote.

En mi desesperanza intentaba comprender que pasó, como llegó la invasión de ésta gente extranjera con costumbres extrañas, con dioses que no conocimos ni quería yo conocer. Pero eso, a ellos poco o nada les importaba.
¿De donde salieron?
¡Del Cosco! dijo uno de los cuatro caciques de guerra que habían partido del Hatún Colla; de donde brota el oro y se abre un extenso valle. Ahí tenemos un gran palacio militar al que dimos por nombre Sacsayhuaman; del otro lado, en el Coricancha, el palacio en donde rendimos culto al sol, durante años hemos trabajado con ahínco un hermoso jardín de flores en cuyo interior se observan animales de oro y plata de tamaño natural.

Su gran jefe era llamado Mayta Cápac Inca, según lo contaron en cada calle, en cada rincón; mozo atrevido, fuerte y autoritario pero grande y noble de corazón. El nos enviaba un mensaje que a nadie interesaba escuchar. Nos enseñarían secretos no tan secretos para el cultivo de la tierra, como producir más en menos espacio de la pachamama; sus arquitectos y alarifes formarían las nuevas generaciones de constructores de ésta nación en donde el sol se mostraba solidario con cada amanecer, aun de mejor manera que en su Qosqo obligándolos a repetir con sorpresa y con frecuencia que aquí la faena podía medirse en verdad de sol a sol, es decir, nos enseñarían con una tecnología que era incomparable a lo largo y ancho del imperio. A cambio solo pedía obediencia ante sus órdenes y respeto para con sus dioses que serían los nuestros a partir de su llegada.
¡Que osadía!
¡Cuanto atrevimiento!
Como si no tuviéramos ya autoridades a quienes respetar, ni dioses a quienes adorar. Para colmo, ese tal Yawar había puesto los ojos en mi pequeña Nayrawara, la hembra aymara ojos de estrella que ocupa mis ilusiones. Va tras ella con el día y con la noche hablándole al oído, terco, insistente, buscando ser escuchado en sus desatinos de supuestos triunfos y conquistas de otros lares y de otras gentes, y yo no podía hacer nada para evitarlo porque la muerte brillaba en sus pupilas.

La última tarde que la vi quise acercarme para decirle que mi corazón sangra pero no fue posible, detrás, a pocos pasos, pegado a ella iba el maldito Yawar con su arma en la mano. El me miró con furia, ella lo hizo suplicante, tal vez fue mi imaginación febril pero me pareció ver una gota de rocío en sus ojos, como aquella vez primera en que juró ser mía por siempre, cuando me pidió que tuviese cuidado... que fuera despacio.

Temprano, por la mañana, me dirigí al taller de los alfareros y al moldear el leño como me enseñara el padre de mi padre para darle forma al kero que debería estar listo para el día de mi decisión final, me sentí Cuchuna. Llevaba puesta la camisa de lana de alpaca que mi madre me obsequió durante la cacharpaya pasada, el nudo de la faja que llevaba en la cintura apretaba tanto que casi no podía respirar pero no hice nada para evitarlo, deseaba sentir el dolor que me mantenía vivo y quería vivir para mi venganza. Pregunté una vez mas al más antiguo Camayoc sobre la verdad del misterio que ahogaba mi espíritu acostumbrado a las libertades de estas tierras; entonces creo que recién lo supe. Mayta Cápac había reducido el Hatún Pacasa y Caquiavire, como el viento corrió la noticia de lo clemente que era el Inca con los vencidos, dijeron que sin muchas batallas se le sometían grandes provincias, ricas en ganado y de bravos hombres que llamaban Cauquicura, Mallama y Huarina. Sus caciques recibieron orden de atravesar la cordillera nevada hacia el poniente y luego de treinta leguas por tierras despobladas, debían venir aquí, a conquistar el Ayllu, mi Ayllu de nombre Cuchuna.

Por más de cincuenta días cercaron el Apu Baúl en donde hicimos resistencia los hombres, las mujeres y los hijos de los hijos. En las faldas construimos con ahínco percas de piedra una tras otra hasta completar cinco para evitar el sometimiento al intruso. Nos ofrecían paz y amistad que no buscábamos, el hambre que laceraba la boca del estómago lo soportamos con buen ánimo pero los niños y los muchachos que no podían sufrirlo se iban al campo en busca de yerbas y muchos se acercaron incluso al enemigo consintiendo sus padres en ello con tristeza para no verlos morir de hambre.

Los guerreros enemigos los acogían con afabilidad, les dieron de comer y algo para que trajeran a sus padres con un mensaje: el Inca melancólico no conquistaba tierras para tiranizarlas sino para hacer el bien a sus moradores como se lo mandaba su padre el sol. También dieron dádivas y vestidos para los principales lo cual indujo a su rendición a pesar de mi protesta.

¿Cómo es posible que entreguemos el Apu Baúl, Omo, el Yaral, Huaracane, las tierras, sus frutos, las colcas, los reservorios de agua, los extensos cultivos de Ccamata, de Torata, de los Sameguas, y las cuyerías de Estuquiña sin ofrendar la vida? ¿Acaso no era mejor la muerte?

¡Tantos años de trabajo y de conquistas terminaban sólo en cincuenta días!

¡No tienes voz porque no tienes hijos, tú no sufres por los nuestros! ¡Además tu corazón herido habla por ti y eso te descalifica, Nayrawara ha nublado tus sentidos y tu entendimiento pero ese no es problema nuestro, aquí y ahora debemos resolver un problema que es de todos, estamos intentando decidir que hacer con nuestros keros de ofrenda, como dejar nuestras casas, la primera opción presentada es prenderle fuego a todo incluyendo la tuya, sería mejor que ayudes! Me dijeron los mayores a un extremo de las viviendas construidas en la cabecera del Apu. La rendición fue adoptada en contra de mi opinión y a pesar de mis reclamos desesperados pues sabía que junto a esa concesión perdería también a la luz de mi existencia.

Al poco tiempo el tal Yawar y los caciques cusqueños pidieron al Inca les envíe gente para poblar el valle Cuchuna cuyas tierras eran fértiles y capaces de tener más población de la que albergaba. Llegaron por eso grupos de familias con sus mujeres e hijos y todo parecía que iba bien hasta que mi prenda fue prendada por el guerrero que debía morir.

Mordí un trozo de humita dulce que había preparado al rescoldo del fogón la noche anterior. Su sabor a maíz tierno me devolvió la fe y me dio ánimo para seguir subiendo, de regreso al Apu confidente de mi tristeza.
El sorbo de chicha con el fermento de la jora familiar que sólo mi madre sabía preparar de esa manera renovó mis esperanzas y fortaleció paso a paso el último tramo antes de la cima. Me pegué a la montaña y avancé con cuidado, doble en el recodo que ponía a prueba mi decisión, evité mirar el borde del abismo pero sentí el peso de la enorme piedra sobre mi cabeza en esta parte del camino. Tomé el desvío hacia la derecha y me encontré con la boca de la roca madre, abierta para rendirle culto, para el rito que le debíamos todos y cada uno de los habitantes de estos pagos, abajo vi las pequeñas aldeas de Tumilaca, Yacango y de los Capangos aquí supe que no podía ya retroceder, era indispensable terminar con este sufrimiento, era vital terminar lo que había empezado.

Saqué la tabla de rapé, el inhalador de hueso construido con mis propias manos y tallado con pequeños círculos y figuras geométricas como me enseñaron mis abuelos tiahuanaku; mientras masticaba las hojas de coca hasta obtener la bola de pasta justa para quitarme el cansancio, coloqué a un costado mis hojotas hechas con cuero de lobo marino, el kero de chicha, el cuenco que cambié en trueque con aquel comerciante Chiribaya que venía del lado del mar; el meqlla con las hojas de coca escogidas especialmente para el rito, y por último el muñeco de trapo que tenia nombre propio y que trabajé a escondidas durante dos noches; junto a él, siete espinas de cactus... siete yaros.

La iru seca prendió casi al instante al frotar el pedernal, bebí un cuenco rayado de chicha, arrojé un puñado de hojas de coca para que el viento sagrado del Apu me dijera qué y cómo hacer para liberar el corazón de mi amada, prisionero por aquel guerrero intruso que apareció de la nada. Recogí las tres mejores hojas que aparecían montadas una sobre otra, aquellas que quedaron las tiré al fuego para avivar la llama que me permitiría leer el mejor mensaje que vine a buscar.
Con las dos manos juntas levanté al cielo siempre azul la ofrenda, tres hojas de coca, unidas en la parte inferior y abiertas en sus extremos, temblaba por la emoción y por el rencor que comía de mi pecho, respiraba con dificultad pero pedí lo que vine a pedir y grité... grité al Apu brujo el motivo de mi desesperanza :
¡¡Devuélveme la vida,
aleja y castiga al Intruso que jugó con mi iluso amor;
permite que Nayrawara acompañe mi conversa nocturna,
deja que fertilice su vientre con el gen Cuchuna
de mis recuerdos ancestrales;
permite que a la luz del alba una vez más sea mía,
regálame como ayer su perfume a diamela en botón
y hazme feliz en el fondo de sus ojos;
te lo pido en el nombre de mi apuski kusa,
ayúdame a terminar con él
y enriquece mis sentidos!!

En seguida, despacio, con esa calma que nos brinda la furia contenida sustentada en la esperanza, hundí los siete yaros en el muñeco de trapo que tenía el mismo nombre del guerrero intruso.

En los ojos para que no vea más la mirada dulce de mi amada,
en los brazos para que no la aprisione nuevamente cuando estén a solas,
en la boca para que no sienta el sabor de sus besos,
en la cabeza para que no la piense más después de muerto.
Y por último el corazón, ese corazón maldito que tal vez latió fuerte disfrutando junto al suyo... dejé sus extremidades inferiores libres, no las toque para que tenga con que arrastrar su humanidad Inca en la oscuridad de la muerte. Unicamente para que sufra como sufro yo.

Cuanto tiempo pasó no lo se. El inhalador de hueso tembló en mis manos, otro cuenco rayado de chicha refrescó mi garganta seca por el esfuerzo; el fuego se había consumido y cuando recobre el sentido me encontré sólo, muy sólo en la boca abierta de la montaña mágica que había dado respuesta a mis inquietudes. Entonces, en vez de la onda pena que acompañaba mi súplica, se instaló en mi alma la más fría decisión para darle fin a este dolor profundo.
¡Por fin supe lo que tenía que hacer! ¡El Apu me había respondido!

Bajé, acompañado por una renovada obsesión; camino a casa tomé el desvío al pago de Chen Chen, me ubiqué en la ladera del pequeño cerro que mira hacia donde sale el sol y trabajé con ahínco la figura de las llamas que cazamos en el chaku de la reciente faena. Con calma, sin apuro diseñé cada forma, limpié el interior de las figuras con mis propias manos sin sentir siquiera las heridas que fueron abiertas por el filo de las pequeñas piedras erizadas por el intenso calor del día y el contraste de las frías noches. La sal de mi sudor y de mis lágrimas que brotaban solas en homenaje a Nayrawara fijaron cada pisqa del suelo trabajado. Tres lunas habían florecido cuando miré mi obra concluida. El reflejo dorado de este nuevo atardecer reveló mi primera sonrisa después de tantos soles que no termino de contar.

Mi promesa al Apu Baúl había sido cumplida, entonces bajé al llano, tomé un puñado de aquella hierba oscura que en el desvarío de mis confesiones vi con nitidez, llené lo más que pude el meqlla que colgaba de mi costado y apuré el paso. Una vez instalado trituré las hojas y el tallo en el mortero de piedra hasta obtener el denso jugo que necesitaba para mi propósito, retirando la pasta vegetal poco a poco, agregué licor de moras para aromatizar el sabor; cada cierto tiempo depositaba el líquido en aquel kero de madera coronado por el personaje con incrustaciones de turquesa y su gorro de cuatro puntas que guardaba con celo en espera de esta ocasión, el mismo que había trabajado en el taller de los alfareros.

Siempre supe que serviría para una ceremonia especial y había llegado el momento. Esa misma noche busque a Nayrawara; ella recelosa respondió a mi insistente llamado sin abrir del todo la puerta; la mire con profunda nostalgia, nostalgia de sus tiernos besos, de sus ojos dulces como la miel, de su cuerpo desnudo, terso y tibio junto al mío. La miré, con vergüenza rehuyó mi mirada sin pensar en el dolor que me causaba, con pesar me sobrepuse, tomé valor, respire profundo y le pedí que hiciera llegar mi mensaje al tal Yawar:

¡Quiero paz con él y lo convido a beber el licor de moras que preparo yo mismo y que tú conoces, llevaré mi tabla de rapé, los instaladores y dos meqllas del polvo mágico. Al ocultarse el sol estaré en Estuquiña, comeremos cuy frito, Dile que lo espero!

Llegó puntual, en un principio se mostró desconfiado pero a la vez desafiante; mordí mi rencor y lo saludé con la paz en la rodilla derecha, ritual de grande valor para los Incas y según dijeron de suma estimación para los vasallos, porque no era lícito tocarlos a menos que fuesen de sangre real.

La tabla de rapé circuló tantas veces como pudimos hasta terminar el polvo mágico. Habló de su río sagrado al que llamaban Hatun Mayu, de un lugar hermoso y rico en productos agrícolas de nombre Pisac comparable según dijo con nuestro Q’amata por la cantidad de sus andenes de cultivo; habló de Sayri Tupaq, un Palacio construido en ofrenda al hijo de Wayna Qhapaq Inca; de un joven cerro y de un cerro viejo, Huayna Picchu y Machu Picchu, sin comparación a lo largo y ancho del imperio según dijo. Escuché con calma controlada, con un calor intenso en el corazón, con el silencio que presagia la muerte…

¡Añay, sabroso cuy! Lo escuché como en la distancia.

Me levanté aturdido por tantos sentimientos encontrados, había llegado el momento y traje los dos qeros de leño con el brindis de la paz y de la amistad que había preparado cuidadosamente; uno coronado con un lagarto de incrustaciones turquesa cuya cabeza sobresalía al borde para mi, el otro con el cacique que lleva el gorro de cuatro puntas y el brebaje de mis sueños para él.

¡Salud!

Bebimos al mismo tiempo hasta terminar el líquido que me devolvería la esperanza.
Debo regresar, el camino es largo, me dijo. ¡Paqarin kama!
Lo vi perderse con la noche. No le respondí, no podía, tenia un nudo en la garganta.

No pegué los ojos durante toda la noche para no perder de vista el brillo de tantas waras en el firmamento como esperanzas alumbraban mi alma vacía de amor, por un instante, allá arriba vi su rostro bruno, tierno, sonriente; escuché su voz pronunciando mi nombre cual si fuese ayer cuando era mía, y en su piel húmeda aprendía a ver un mundo distinto, tanto, que no me importaba invocar una alianza con la muerte.

Temprano por la mañana lo encontraron muerto, pero juro por todos los dioses que no puedo entender ni comprenderé nunca cómo es que ella había llegado a su lado, mi prenda querida, la mirada perdida en el cielo azul.

¡No pudo vivir sin él! dijeron muchos y ninguno.
¡Tomó del mismo veneno blando que al parecer acabó con el guerrero Inca y partieron juntos!
Lloré con el sol y lloré con la luna, sufrí como no sufrió nadie jamás en el mau’ka pacha, en la tierra de mis padres Tihuanaku, ni mis parientes Wari que vinieron del otro lado de las montañas.
Ni los Gentllar, ni los Chiribaya junto al mar.

El Inca Mayta Qhapac mandó quemar mi casa y la de ella sembrando cascajo de piedra para que quedaran desiertas por siempre, mandó arrancar los árboles que habíamos plantado alguna vez juntos, cuando todo era felicidad. Quemaron sus cuerpos para borrar de la memoria Cuchuna sus nombres que jamás olvidaré.

Y para mal de mis males, a pesar de que tomé el veneno blando una y otra vez yo estoy aún aquí, feísimo albarazado, ahoverado de prieto y blanco, con la oscuridad eterna en mis ojos, inhabilitado en mis sentidos y de mis brazos, atontado de mi juicio, con un sólo recuerdo que come de mi alma, arrastrando mi miseria por las callejas de los Sameguas, de los Capangos y de los Yacangos.

Mientras un grupo de niños alborotados y a gritos me alejan de sus casas de mojinetes lanzándome piedras, al borde del Moquingoa, yo intento con desesperación una y otra vez arrastrarme a la cima del Apu Baúl para pedirle que de fin a esta infinita locura.



EL SUEÑO DE LA BESTIA
de René Coayla C.

Diciembre, 2009.

- Puta mare, estamos perdidos, ¿cómo chucha hemos caído acá como webones!

Cool me mira, pero no me dice nada, Carol me dice molesta que espeso. Pero yo sigo molesto, el sol arde y el calor es insoportable, y le digo ya que chucha, al fin y al cabo ya vamos a llegar.

- Y todo… ¡por las cataratas! – dice, sonriente. Y yo me cago de risa, hemos estado haciendo esos chistes todo el día.

- Si… –le digo- …por las ¡pinches cataratas! jaja.

A mi alrededor solo hay cerros, y a lo lejos puedo ver... ¡solo cerros! El sol está justo encima de nosotros, así que deben ser las once o doce de la mañana. A mi lado tengo a todo un grupo de amigos, en total somos como siete, pero, por un motivo que atribuyo a mi dolor de cabeza por el fuerte sol y estas nubes que rodean todo lo que veo, no logro distinguir bien a todos. Y mucho menos ahora, que uno de ellos, precisamente Cool que está a mi lado, grita ¡que mierda es eso! al tiempo que señala con el brazo al horizonte, en medio de los cerros, a lo lejos, una sombra extraña parece moverse en la arena, en la punta de una loma, y que parece estar bajando, o cayendo, digo. Todos se quedan callados, pues podemos ver claramente, y aunque el sol es fuerte sé que no es un espejismo, la mancha negra que parece estar bajando el cerro, y ahora que una nube oculta el sol, puedo distinguir mas claramente que parece ser una persona.

- Carajo. –dice Bruno– ¡que mierda es esa webada?! ¡Parece que esta corriendo hacia nosotros!

- Es una persona, creo –digo. Pero Carol, a mi lado, me toma del brazo y volteo a mirarla, está pálida, pero no me mira, sigue viendo al horizonte.

- Oe, creo que mejor nos vamos regresando –dice, con un tono muy extraño.

Ahora que la veo, me doy cuenta que comienza a parecer desesperada, algo dentro de mi se encoge, en mis entrañas algo se presiona fuerte y mi cabeza comienza a dolerme. Observo bien el cerro a unos trescientos metros de donde nos encontramos, y puedo ver claramente que es una persona lo que viene corriendo, o deberia decir arrastrandose, a gran velocidad, hacia nosotros. Pero algo en ella no esta bien, su contextura es diferente, como que muy delgada hasta para ser una persona que anda corriendo por el desierto y encina, con este terrible sol. Sus piernas son como mas delgadas y largas, sus brazos también son largos, y su cabeza tiene como una especie de… ¡orejas extrañas! y su rostro es más extraño aún, definitivamente parece un monstruo, pienso. Recuerdo la historia de los condenados, esos hombres que han sido catigados por Dios a permanecer deambulando por la eternidad, hasta que los pies se les desgastan de tanto andar. Veo al hombre que se acerca, y toda imagen que pude haber tenido de un condenado ni se acerca a lo que ven mis ojos. Es una especie de loco, con rasgos de humano, pero piel y aspecto de monstruo.

En tal situación estamos, cuando escucho unos gritos atrás mío. Veo que Bruno ya retrocedió y está llamándonos para que corramos tras de él, que ya empezó a correr, si no hubiera sido por eso quizas yo me hubiese quedado como un imbécil a esperar a ver mas de cerca al demonio que se acercaba. Salimos disparados, pero al dar vuelta atrás solo se ven cerros. Increíblemente hemos avanzado más de lo que parecia, pues al llegar corriendo a lo alto de una loma puedo darme cuenta que el camino esta más alejado de lo calculado. Desde donde me encuentro veo, bien lejos, el camino apareciendo entre dos lejanos cerros. Y mucho más cerca, entre la arena desierta, veo que se ha formado un basural y que en el medio de todo, hay una choza. ¡A la choza esa! Grito, pero mi voz sale ahogada y creo que nadie puede oírla. Mas veo aliviado que Bruno parece haberse dado cuenta ya de ella y cambia de dirección hacia la choza, y en ella entran él, Carol, Cool, y algunos otros más que no alcanzo a ver.

Pero al llegar a la choza esa, descubrimos que lo mejor tal vez hubiera sido seguir corriendo, como hicieron un par de amigos que se quedaron atrás. Pues las paredes están llenas de cuchillos oxidados, cachivaches raros y filudos, tubos, y fierros viejos colgados por doquier. Al fin y al cabo es una choza normal para un basural, pienso rápidamente.

De repente, escucho unos gritos, o debería decir aullidos, desgarradores y muy cercanos. Pero con el miedo que aunque no quiero llevo, no logro distinguir de quién son, y ahora una especie de bufido mezclado con lo que para mi horror, parecen ser crash crash, chasquidos de huesos. ¡Se los está comiendo!, pienso, horrorizado ya en extremo. Pero eso no es lo peor. Alguien grita de repente ¡¡viene para acá, viene para acá!!

Todos salimos corriendo por el otro lado de la choza, pero al salir, puedo ver a traves de la misma, pues debo decir aquí que la choza no es más que un armazón de palos con unos cuantos fierros a modo de paredes, al monstruo viniendo, en efecto, hacia nosotros. Pero me tranquilizo mucho de repente al ver que, aunque viene hacia nosotros, viene caminando, casi arrastrando los pies. Y con el cuerpo bien encorvado viene comiendo algo que va trayendo entre las manos. Algo que, según puedo distinguir, parecen ser los sanguinolentos restos de aquel desdichado amigo mio que hace un rato gritó pidiendo auxilio, o quizas demostrando que lo estaban devorando vivo, pienso.

Miro a mi alrededor, y siento que algo me vibra en el pantalón, ¡mi celu!, lo saco rápidamente y contesto, es mi madre, que seguro quiere preguntar por cómo me esta llendo.

Lee el cuento completo en http://www.feedbooks.com/userbook/9972






TÉCNICAS DEL CUENTO
(Resúmen del libro editado por Willard Díaz)

“La genialidad es resultado de uno por cien de inspiracion y noventa y nueve por cien de transpiración.”

“La diferencia entre un libro bien escrito y una obra imprescindible es que una tiene la perfección de una maquina bien aceitada y la otra es un saludable organismo vivo.”

NATURALEZA DEL CUENTO
Por R. Royster

El cuento extrae usualmente su material de la vida cotidiana. Debido a su brevedad y solidez, no tiene cómo pintar un panorama amplio de épocas y condiciones sociales poco familiares a los lectores. Debe descansar sobre motivaciones que, aunque sean comunes, al menos tocan las experiencias del autor. La materia del cuento es, por lo general, común.


Pero aun si tenemos límites para la descripción y el análisis de los personajes, como pasa en el cuento, es posible revelar mucho acerca de la gente solo con colocarla en un escenario bien definido o en alguna posición social u ocupacional significativas. El entorno en el cual vive la gente tiene mucho que ver con sus actos y sus actitudes ante la vida. En la caracterizacion muchos factores juegan un papel: el clima, la raza, el aislamiento, la riqueza o la pobreza, el deseo o el ocio; todo contribuye a la definición del personaje y sus actitudes. Ciertos contextos sugieren inmeditamente rasgos del personaje. Por esta razón los escritores se esmeran en idear el escenario y las condiciones de vida, pues son recursos para la descripción del personaje.


El cuento tiene una estructua tan definida como la de un edificio de piedra, fierro, cemento y madera. Esto no significa, por supuesto, que todos los cuentos sean iguales, así como no son idénticas todas las casas.

Toda obra de arte debe producir una impresión. El cuento hábilmente construido tiene una intención artística definida; puede producir espanto, horror, piedad, amor, odio, simpatía, esperanzas, humor o cualquiera de las ricas emociones de nuestras vidas. Puede también dirigir su puntería hacia nuestra capacidad de diferenciar sentimientos o puede presentar una idea (el cuento con propuesta o tesis). O puede combinar todos esos atractivos.

El cuentista, a fin de lograr su propósito, debe dirigir todas sus fuerzas hacia un efecto único dominante a lo largo de la historia; estar continuamente atento a la mira con la cual comenzó.

Dado que el cuento es de extensión limitada (en la práctica, entre 2500 y 12 500 palabras), el autor no tiene espacio más que para la impresión única que ha decidido producir. Debe ahorrar en el número de personas que introduce en su relato. Debe seleccionar sólo los detalles más efectivos para describir a pocos personajes, y debe escoger y disponer los incidentes, la estrecha relación de uno con otro, de manera que rindan más en la actuación del personaje y en el progreso de la historia. El cuentista no puede, como el novelista y el autor de dramas extensos, introducirnos a nuestras anchas en la vida de sus personajes.

El número de personas que pueden entrar exitosamente en un cuento es, entonces, por necesidad, pequeño. Entre ellos un personaje debe destacar notoriamente sobre los demás.

El personaje principal debe ser lo bastante individual o excepcional como para captar el interés del lector desde el comienzo. No hay espacio en el cuento para un personaje común. Esto no quiere decir que el protagonista debe ser raro. El deseo de representar personajes exageradamente inusitados ha conducido a muchos cuentistas a mostrar personas que nos parecen falsas e irreales. Es importante saber que aunque extraño y tal vez misterioso, el personaje del cuento debe ser verosímil. Y la gente tiene sus faltas, sus pecados, así como sus virtudes; son guiados por impulsos generosos y por impulsos egoístas. En sus conflictos se les ve luchando, soñando, conquistando, pecando, asesinando, sacrificándose: exhibiendo todos los impulsos, buenos y malos, que guían los sentimientos y los actos de los hombres.

Podríamos tener una experiencia atroz de un desastre ferroviario, pero un relato del accidente no sería un cuento a menos que alguna circunstancia especial del desastre fuera empleada para ilustrar un rasgo de un personaje, contradictorio o afirmativo en relación con lo que uno sabe.


La intriga no es más que el orden y la complicación de la serie de acciones que constituyen el cuento. El elemento más importante en la construcción de una intriga es el conflicto o lucha. El hombre rara vez se conoce a sí mismo; de seguro, sus amigos no lo conocen hasta que está frente a un conflicto; hasta que una lucha de intereses, deseos y principios saca a luz convenientemente los rasgos de su carácter. Mediante sus más altas dotes puede dominar la situación y vencer a las fuerzas rivales; o puede, debido a defectos de personalidad o a su incapacidad para ser mejor de lo que es, caer en desgracia.

El conflicto puede ser objetivo o subjetivo (En palabras simples, esto significa que puede surgir por algún objeto que ambas partes desean; o puede haber conflicto entre fuerzas o impulsos que residen dentro del individuo). Y debe producir una situación en la cual el personaje debe elegir entre una u otra línea de acción.

En la intriga simple y única del cuento, una subtrama podría resultar desorientadora. Las situaciones o incidentes elegidos meramente por su capacidad para interesar o divertir no tienen cabida en el compacto arte del cuento.

En el análisis y estudio del relato hay un punto que se pierde de vista muchas veces: un cuento puede tener la técnica perfecta y, al mismo tiempo, no mostrar ningún destello del alma ni de la inteligencia del autor.

Cuando forma y espíritu se unen en el mismo cuento obtenemos el placer de la armonía perfecta.

“Un artista literario hábil debería esforzarse para que el cuento produjera un efecto único y singular. En la composición no debería haber ninguna palabra que no vaya, directa o indirectamente, hacia el fin preestablecido.” (E.A. Poe)