15 de febrero de 2010

"Las cabezas voladoras" (cuento)


Las cabezas voladoras
por Giovanni Barletti A.

Dicen los ancianos y algunos brujos entendidos en el tema que salen del infierno ni bien comienza la noche, a eso de las seis y siete, cosa rara entre los demás espíritus y fantasmas de la ciudad que prefieren la medianoche o las horas puntas.
Aquellos que las han visto o escuchado tuvieron un final fatal y por ello no existe una versión verdadera sobre las cabezas voladoras; salvo la de Gian Franco Ghersi, que no se loqueó ni murió a los cien días, pero en cambio murieron sus cuatro hijos y su esposa desapareció un mal día de manera aún no esclarecida; a sus espaldas se comenta que el viejo Ghersi dio en sacrificio a toda su familia para salvarse, pero fue demasiado para él y se suicidó cortándose el cuello con una hoz hace no muchos años.
Su aparición viene acompañada con una chillido atroz que rompe los tímpanos de quienes lo escuchan y generalmente aparecen en las zonas rurales, en chacras, haciendas y bodegas; sólo se tiene registro de dos apariciones en la ciudad, una en tiempos inmemoriales en el callejón de las siete puñaladas mientras se celebraba un duelo entre dos caballeros moqueguanos, los dos se dispararon así mismos luego de la aparición; y la segunda en el pueblo de Torata en la casa de don Fermín Vargas mientras celebraba una fiesta por su nonagenario, muchos de los presentes se loquearon en el instante y no volvieron a pronunciar palabra, los demás murieron al poco tiempo y sólo se salvó una bisnieta de don Joaquín que hasta ahora no tiene idea de lo sucedido.

Se cree que las cabezas pertenecían a tres brujos que a principios de 1800 mantenían asustada a toda la población moqueguana por sus poderes malignos.

Era fácil encontrarlos, vivían en lo alto del cerro Baúl donde aún se conserva una choza, que cuando no ha desaparecido sirve de entrada al infierno, y donde ellos acudían los hacendados moqueguanos en busca de una ayuda para mejorar la cosecha, pero generalmente eran esas visitas para hacerles daño a otras personas, causando enfermedades incurables e incluso la muerte.

Los pobladores, asustados al máximo, nunca hicieron nada para detenerlos; ni siquiera cuando comenzaron los sacrificios humanos al mismísimo Belcebú, y era cosa de todos los días la desaparición de niños y niñas que nunca más regresaban ni se les volvía a ver.

Cuando el ejército libertador estuvo de paso por Moquegua, alertados por la población moqueguana, se hizo una expedición para capturar a los tres brujos que habían comenzado a pedir cupos, además de mujeres y comida a las familias moqueguanas.

Una vez entregados, fueron linchados y quemados vivos; los gritos de los tres brujos eran tan agudos que hicieron perder la audición a los presentes y fue necesario apagar el fuego. Medio muertos pasaron la noche a la intemperie y se les cortó la cabeza al día siguiente. Sus cuerpos fueron enterrados en el cerro Baúl y las cabezas fueron arrojadas en el río Os More; pero es probable que en aquella noche interminable, que pasaron con el cuerpo quemado y sin poder morir, hayan hecho un pacto con el diablo y por ello salen de vez en cuando a capturar almas y cobrar venganza.



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