16 de febrero de 2010

"Animalia" (cuento en capítulos mensuales)


CAPITULO I

“Un Gran Sueño”
por René Coayla C.

El verde fresco de la hierba teñía incesantemente mis dientes, el aroma a libertad entraba a mí y causaba una explosión de alegría en mis entrañas, y la pradera, ignorada aun, me miraba comer con dulzura, con algarabía, me ofrecía sus arbustos, sus verduritas y la tranquila sombra de sus innumerables y grandes árboles, ni qué decir de la mansa tierra viva que bajo mis pies esperaba ansiosa verme corriendo y saltando, pero ya habría tiempo para eso.
Había, como en todo mar de felicidad, un remolino de tristeza que colaba mis pensamientos a cada instante y me obligaba a comer cada vez con menos ansia.
El añoro de ella, de sus manos tibias y sus palabras dulces, que ahora entonaba el viento sobre mis orejas y me hacia suspirar. Ella, quizás ahora estaría riendo despreocupada, ignorante de mi ausencia, o talvez, enterada ya, estaría llorando impotente tratando de comprender el por qué de mi partida.

Si la viera ahora, correría a su encuentro, quebraría mi lomito a cada salto, y escucharía la música saliendo de su risa, quietita esperaría ver alejarse el suelo al roce de sus manos, y le diría al oído lo alegre que a su lado fuí.

Exhausta por la última aventura, dormí rendida entre el vivo follaje.

Ahora en cambio, sé que ella piensa en mi, que sufre mi partida tanto como yo sufro su ausencia, el viento me lo dijo. Cuando llegué, él fue el primero que me trajo noticias, diciéndome que ya don Mario estaba buscándome, tirando ramitas de alfalfa a su paso, preocupado.

─Háblame del sol ─le dije, para hablar de otra cosa.

-¿No te importa ella? --preguntó, con un dejo de ironía. Pero no respondí, continué mirandolo.

─Es hermoso, grande y amarillo -dijo al fin-. Cuando llueve se oculta y solo oigo su voz diciéndome a donde llevar las nubes...

─ ¿Cómo es el amarillo? -interrumpí, divertida.

─... que reunidas... Hmm... Déjame pensar... ─me contestó el viento. Luego subió muy arriba; no lo vi -claro-, pero lo sabía, pues oía el rugir de los árboles en lo alto al ser azotados por mi nuevo y gran amigo.

-Míralo tu misma… -dijo al fin.

Entonces, sentí que el viento soplaba fuerte bajo mis pies, produciendo el mismo rumor con que volteaba las olas; me elevé unos centímetros del suelo, empezé a pararme, y mi cabeza siempre gacha se alzó por vez primera y al fin pude ver el cielo, y en medio de él, al Sol. Era hermoso, tenía la piel de oro. Creo que le molestó que el viento me dejara verlo, porque ni bien lo hice cerré mis ojos…

─¡Me daña! ─grité al viento, para que me bajara, pero no me bajó, por el contrario, me llevó mas arriba, desesperada por un instante ví la tierra alejarse abajo. Volando, el viento me posó sobre la rama más alta del árbol más alto. Y me gritó “cógete fuerte, no dejes de mirarlo”. Lo intenté, y entonces ví que el viento empujaba a las nubes, que imperiosas cubrieron el impresionante resplandor. El sol entonces, aunque un poco borroso, se mostró sin daño alguno a mi vista. Me quede allí, congelada, mirándolo, mirando su majestuosidad y sintiendo su calor; el viento, alegre, lo miraba junto a mi. Y luego de un rato, que pareció interminable, comprendí que estábamos viendo a Dios.


Al poco rato de estar allí, el viento mismo me dejó en el suelo. Y me preguntó qué haría. Le respondí que nada, que jugaría con las matas, que saltaría sobre el verde pasto, que pensaría en ella, que viviría.

Entonces se fue, y me quede allí, dormitando como al principio. Y después de haber visto y conocido tanto, me extrañó no estar cansada. Me levanté de repente, y al fin comprendí lo que había sucedido.


CAPITULO II

“Una Breve Separación”

Correr era para mí lo mismo que nadar para los peces, lo que volar para las aves. Saltar era para mí sólo una gimnasia, un ejercicio, pues lo que más me gustaba de vivir era, sin lugar a dudas, el poder husmear. Arrinconada y muy quietita esperaba que todos dejasen de mirarme con supervisión, me hacia la tonta y dejaba que pensaran que estaría tranquila en ese lugar, entrené a mi paciencia y fue así que aprendí a aburrirlos, y cuando el último guardián volteaba la vista, empezaba mi aventura.

Traviesa por naturaleza, recorría todos los rincones y los hacia míos con una pequeña y olorosa marca. Siempre fue la buena suerte compañera infaltable en mis aventuras, pues me cuidaba de que me encontraran in fraganti o de que ocurrieran penosos accidentes. Como cuando me encontraron dentro del armario, sin percatar que había malogrado las puntas de los zapatos, o como cuando casi muero carbonizada por morder los cables tras el televisor gracias a Dios desenchufado. O como cuando, empujada por la necesidad imperiosa de la curiosidad, en un descuido aproveche la puerta abierta y bajé saltando tres pisos de gradas y acabe escondida tras unas macetas. Me halló ella muy asustada, la vi llorando. Entonces comprendí que mi necesidad de vivir le partía el alma. Y fue así que poco a poco me di a la idea de que algún día una de las dos acabaría muriendo de pura pena. No podría decir que fue eso lo que me obligo a escapar, pues para entonces ella y yo ya estábamos separadas.

Fue por don Lino y doña María. Hartos de mí alocada presencia en su tranquila morada fueron poco a poco los que más rápidamente se cansaron de mí. Primero fue doña María cuando encontró sus zapatos.

Una mañana en que ella y yo charlábamos del amor. La llamó para comer. Y yo, que no comprendía por qué a mí no me sentaban en hermosas sillas y me servían mis hierbas en un plato blanco, me quede como era mi costumbre recostada en toda mi extensión bajo la ventana, que era donde más fresca me sentía, tratando de cerrar mis ojos y dormir. Estirando todo lo que podía mis piernas y mis brazos cada cierto tiempo.

No pude evitar oír aquella discusión, que no me importaba en absoluto. Pero cuando la sentí acercarse y acariciarme con sus manos tibias, y sentí sus mojadas lagrimas sobre mi cara, recordé frases como “un tiempo más y se va con la Rebeca” y “cada vez está más malcriada”

─ No te irás, juro que no te irás, te quedaras conmigo siempre, siempre, te adoro tanto, moriría sin ti. -me decía al oido.

─ También yo te amo, nunca me alejaría de ti, ¿Es que no me quieren ya? ¿Qué quieren que haga? ─ le preguntaba.

Pero ella parecía no escuchar, arrodillada me apretaba fuerte entre sus brazos y me mojaba con sus lágrimas.

─ Si te vas me muero, muero sin ti priskisiosa. ─ me confesaba entre sollozos.

Me gustaba como me llamaba, y siempre que me decía así yo le respondía quebrándome en cada salto. Así éramos felices.

Pero a pesar de sus promesas y sus llantos, al siguiente día se cumplió lo anunciado.

Fue un domingo, lo recuerdo bien porque ese día nadie salió de casa, y el ambiente era, para ellos al menos, aburrido. Ella estuvo todo el día pensativa, y aunque me miraba con dulzura yo sabía que estaba triste, preocupada.
Un brillo pequeñito en cada uno de sus ojos traslucieron cuando vino triste hacia mi cesta, una gota transparente cayó al suelo cuando la sentí cargarme por última vez, y supe que todo estaba consumado, que mi presencia en su casa concluía. Sin sacarme de mi cesta me llevó fuera de casa, entró conmigo a un aparato gigante y plateado que tenia puertas y ruedas y emprendimos un viaje fatal, lleno de tumbos que me hacían querer vomitar a cada instante, pero no lo hacía porque la tenía en todo momento a ella, que no me despegaba la mirada por entre las rejillas de mi cesta, hipnotizada metía su dedito y yo me acercaba con dificultad, pues a cada instante había bamboleos y temblores, todo el viaje la pasó acariciándome, el viaje tosco y horrendo se hizo soportable solo con sentir su dedo en mi cabeza, acariciandome.
Cuando frenamos, ella me llevó consigo y entré entonces a un lugar muy poco familiar. Y aunque parecía estar todo tranquilo, lo único que entonces pude comprender, es que no era mi hogar, mi hogar era con ella.

Pase el día muy triste, sin salir de mi cesta. En casa yo siempre estaba haciendo bulla y sacando las manos por las hendijas en señal de rebeldía y ansias de ser libre. Ese día en cambio, a pesar de que dejaron caer la tapa no quise salir, me desolaba la idea de no volver a verla, me quitaba las ganas de correr y saltar su triste ausencia, lo único que hice fue comer lo que me dieron, que fueron verduras deliciosas además de mi hierba de siempre, y recostada en la más honda soledad me di cuenta tristemente, de que ella me había abandonado.

Un sentimiento nuevo entró en mi pequeño corazón, y conocí entonces la tristeza y el rencor. Quise odiarla, pero no podía, aun estaba fresco como la hierba que comía el amor que nos sentíamos, pero poco a poco fui alimentando esos nuevos sentimientos con la pura paja de la soledad y el abandono, que me tenían sin ganas de seguir viviendo. En mi pequeña cabecita las preguntas no entraban, rebotaban entre ellas y me hacían tambalear, todo era lo mismo, ¿por qué me dejó?

Pero por la noche todo cambio, y esos dos nuevos sentimientos se fueron como llegaron, pues mientras dormitaba pude oír su voz, y desde las rendijas de mi cesta pude verla, entrando majestuosa, hermosa, corriendo hacia mí, que ya había puesto mis pies entre las rendijas, llamándola.

─ ¡Mi priski!, ¡mi hija!, ¡mi preciosa! ─ gritó ella abriendo la tapa. Salte a sus brazos y sentí su calor tan poco tiempo extrañado, sus besos me inundaron al igual que sus lagrimas saladas, y comprendí entonces que no debía ser tan desconfiada, me avergoncé de haber querido odiarla y entonces la amé por multiplicado. Corrí por vez primera en ese extraño lugar y salte quebrándome para ella. Conocí a nuevas gentes que me conocieron y regrese saltando a sus manos otra vez, nos besamos y fuimos presas del amor más fuerte que nunca.

Pasamos la noche mirándonos y jugando, le mordía sus rizos y ella me rascaba la cabeza, yo la amaba más que nunca y ahora estaba segura que ella también a mí. Me explicó que ya no podía regresar a casa junto a ella, me prometió venir a verme a diario y me dejo grabada su sonrisa en mi tan pequeña alma. Así que al poco rato, cuando se fue otra vez para su casa, cuando regresó sin mí a mi antiguo hogar, ya no se llevó consigo mi alegría.

Pero al día siguiente no llegó, la esperé todo el día jugando y saltando, pero no se apareció, las horas pasaban y mi ilusión se iba con ellas, pensaba que tal vez demoraría, menguaba mi preocupación con pensamientos de esperanza, pero nunca llegó. No vi sus rizos castaños por espacio de una semana, y triste e increíblemente la olvide.

Viví poco tiempo con los Coayla, que me dieron durante el día un espacio en su patio trasero, lugar en donde unos cuantos cachivaches, cuadros viejos y botellas sirvieron para inventar nuevos juegos, aprendí a saltar mucho más alto cuando el novio de mi amada puso una gran tabla en la puerta siempre abierta para que yo no escapara, ellos sabían de mis travesuras. Entrando la noche el frío me calaba y entonces él venía a buscarme, y yo me escondía en todo sitio, bajo la vieja lavadora, o tras el cilindro, le costaba atraparme, entonces me metía adentro, y me llevaba a mi casita, mi cesta. Allí me cubría con las cobijas, que por cierto eran las mismas de mi antiguo hogar. Y pasaba la noche a oscuras, igual que antes, pero en un clima de hogar muy distinto.

En las mañanas me soltaban nuevamente en el patio, en donde yo me ensuciaba donde quisiera y jugaba con todas las cosas, saltaba y me recostaba en los lugares calientitos, que era donde el sol iluminaba el suelo.

Fue cuando me cansé de jugar que aprendí a escuchar, y entendí cada vez más a los humanos. Entendí que para entrar al patio debían empujar la gran tabla que yo no podía saltar, y paradas frente a un gran pozo, metían prendas y las mojaban y sobaban con fuerza mascullando frases de resignación, o a veces en silencio escuchaban musica o voces venidas de aparatos. El fin de ese juego era llevarse todo en grandes baldes hacia donde yo no imaginaba, pero que queria conocer. Así fue que la curiosidad me dio las fuerzas para saltar un día la gran tabla y llegar a ver que la gente subía gradas con dichos baldes. Yo no pude subir. Pero me di cuenta del por qué lavaban. Sus cuerpos eran todos iguales, y solo esas prendas los hacían diferentes, por eso las mantenían siempre limpias. Me pregunte el por qué las usaban, y comprendí que, a diferencia de mi, a ellos les avergonzaba sus cuerpos.

Como dije, la olvidé, no me avergüenzo de admitirlo, pero me entristezco de haberlo hecho pues fue sin querer, sin proponérmelo, que un día la ofendí.

Fue de noche, yo estaba ya en mi cesta, triste, pensativa, y no tanto por ella, mi pequeña cabecita no tenia espacio para los recuerdos. Así entonces fue que, cuando la vi entrar de nuevo y correr hacia mí, me quede quieta en donde estaba, ella abrió la tapa, metió su mano y me quiso acariciar, entonces, instintivamente, como si fuera un desconocido, la arañé. Tres hilos rojos nacieron en su mano.

No hizo falta verla llorar, pues el vacío en su mirada me hizo comprender que yo había actuado mal, vi sus ojos pardos reflejar más que nunca, y me sentí mal, me sentí terrible, quise saltar hacia ella, pero la vergüenza por lo que había hecho me tenia inmóvil.
Pero ella, sabia, no reaccionó mal, vaciló un instante y nuevamente intento acariciarme, el roce tibio de su piel trajo a mí nuevamente el recuerdo de nuestro amor.
Para reponer mi falta, salté sobre sus piernas y ella me sostuvo y me cargó a la altura de su rostro, entonces la bese y ella sonrió, y ese incomodo momento paso al fin.

Me llevó a casa nuevamente, y puedo decir que el viaje me fue mejor. Ya no sentí esas ganas horribles de vomitar, pues la segunda vez no sentí para nada los mareos, quizás la felicidad de estar con ella otra vez me hacia más fuerte. Ya en casa, la timidez fue lo primero que me hizo no querer salir de mi cesta, pero sus manos bondadosas me arrastraron hacia fuera y no pude negarme. Salí corriendo y trepé muebles, salté sillas, recorrí todos mis rincones de mi antiguo y ahora otra vez nuevo hogar, y confiada hasta mojé un cojín.

Si eso hubiera sido todo no habría pasado nada. Don lino llegó y se sentó en mis orines, cuando se dio cuenta ya su pantalón estaba mojado. Esa fue mi condena.

─ Toda la vida es lo mismo, ni bien llega ya esta meándose, no se va a quedar en casa.

Próximo capitulo "Los animales allá", para el 20 de Mayo.

1 comentario:

  1. wenaa renee!!! me vacilo tu cuento, espero el segundo capitulo primo con esa fruta en la mano , si la sabes man, yo tambien tengo algunas cosas que me gustaria mostrarte, sige asi no pares de escribir, haber si voy a ese "festival de la pluma de cobre" te dejo mi msn para que me agreges juansk8tista@hotmail.com y me pases el dato de toda esa movida... ablamos primo y suerte con tu chamba ñee wena vibra!!!

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