15 de febrero de 2010

"La Pava" (cuento)


La pava
por Giovanni Barletti A.


Son pocos los hombres que soportaron la debacle que significó la pava en sus vidas y, por ende aún sobreviven. De ellos se puede documentar una historia no del todo esclarecida pues no siempre sucedía de la misma forma, quizás han de existir varias pavas o simplemente fueron alucinaciones de esos pobres desgraciados y borrachos en un ataque de diablos azules.

De ella se sabe que era una bruja. No una de aquellas que tienen granos gigantescos en la punta de la nariz y son calvas, mucho menos surcaba el cielo en una escoba astillada; era una mujer joven y rica, de tez un tanto pálida y de cabellos largos y negros que le llegaban a la cintura, mirada penetrante y nunca se supo de qué color eran sus ojos, nadie le sostenía la mirada el tiempo suficiente como para adivinarlo, sólo se sabe que eran hermosos; pues, en efecto, había heredado de su madre la hechicería, así como esa belleza sin comparación, pero además esa enfermedad innombrable, manía, o simplemente apetito desmedido que la hacía exprimir a los hombres hasta dejarlos en estado calamitoso y sin nunca llegar a la completa saciedad ni satisfacción: La ninfomanía.

Su marido, Aureliano Vargas Vargas, nunca aceptó la tara de su flamante esposa y afirman le siguió estoicamente el paso hasta que le tocó sucumbir por una enfermedad que nadie supo diagnosticar; pero en vida fue tan rico como celoso el hacendado moqueguano que dedicó sus días y sus respectivas noches a vigilar a su mujer al milímetro, en aras de que nunca le pasara por la cabeza acudir a otro hombre en busca la satisfacción total que ella tanto anhelaba.

Fue de esa manera que ideó aquel plan mefistofélico para engañar a su esposo y escudado por la hechicería que tan bien manejaba, que decidió transformarse en ciertos animales para salir de su casa sin ser vista por los innumerables sirvientes luego de dejar moribundo a su marido por una jornada amatoria maratónica.

Salía siempre de noche, no muy tarde, lo suficiente para que la mayoría de las gentes permanecieran dormidas y sólo quedasen unos cuantos peregrinos en las calles oscuras de la Moquegua de antaño.

Su aparición era generalmente al final de una callejón sin salida, en una empinada cuesta o al doblar una intransitada esquina; era una pava blanca que caminaba dando saltitos y que al ser divisada por la víctima de turno aceleraba el paso hacia lo alejado y tenebroso. Casi todos caían, movidos por la codicia y la falta de testigos, algunos por el hambre pues era un manjar caído del cielo, perseguían a la pava varias cuadras, se iban hechizando poco a poco hasta que veían la metamorfosis del animal y pronto se daban cuenta que perseguían a una mujer despampanante y desnuda. Lo que sigue del relato no se sabe cabalmente pues ninguno de los hombres poseídos por la bruja recuerda lo sucedido. Recuerdan la persecución a la pava blanca, algunos despertaron junto a una pava en la madrugada, algunos sólo vieron la luz tres días después y fue necesario llevarlos en hombros a sus casas debido al cansancio generalizado que presentaban. Lo que sí era común en todos es que luego del brutal estupro del que eran víctimas, ninguno volvió a tocar mujer. Al parecer la pava en pos de satisfacerse se llevaba consigo su esencia para no regresarla jamás.


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