11 de febrero de 2010

"El amante de los libros" (ensayo)



El Amante De Los Libros
por José Carlos Valdivia Vera


Julio Ramón Ribeyro publica el texto: “El amor a los libros”, en el suplemento dominical del diario El Comercio (14 de julio de 1957). Años después lo incluiría en su libro: “La caza sutil”.



La agregación de este texto al escultural cuerpo del libro, tiene motivos arraigados al alma del autor de Los gallinazos sin plumas. Obedece a un instinto conservador, casi paterno, de supervivencia, de maestro que lega, así, sin dejarnos en la intemperie de la búsqueda de textos con alma, de espíritu narrativo y seductor. Y es que en cada uno de sus textos, Ribeyro asume su rol protagónico de manera tan estricta, que dirige siempre la lectura hacia un mejor concierto.



Comenzará el texto hablando sobre Manuel Gonzales Prada, al que se refiere como ¨Don Manuel” (y no por razones de estricta condescendencia), comentando que su hijo, Alfredo Gonzales Prada, decía que su padre sentía por los libros un respeto cual religioso, al extremo de ser incapaz de subrayarlos o de trazar notas marginales. Se contentaba-dice Alfredo-con redactar largas tiras de comentarios que añadía cuidadosamente al final de cada libro leído. Aquí Ribeyro indica que, según lo expuesto, Don Manuel no amaba a los libros, sino que era un “respetuoso lector”.



Menciona que, en realidad existe un amor físico a los libros muy diferente al amor intelectual por la lectura. “Así como el don Juan no ama a sus mujeres, el gran lector no ama a los libros”. Los usa y olvida. Y es en esta parte cuando Ribeyro describe al amante de los libros recurriendo a la ficción. Audacia que el autor de este texto también empleará.



El amante de los libros ama a los libros como cuerpos independientes, como seres que recobran vida al abrirlos, y duermen una siesta. Y es que para el amante de los libros, las letras impresas con el pensamiento, reaccionan igual que los átomos al cambio de temperatura. Con el calor de su mirada, de su lectura, las letras comienzan a saltar, a juntarse con otras, como excitadas por un fuego brusco. Para el amante de los libros también, es una necesidad la existencia de libros en su casa, en su vida, los ama como conjunto de páginas, a la que es necesario palpar, oler, lamer, rozar con su piel, pegárselo al rostro, examinarlo de frente, y luego alinear en un estante, “incorporar al patrimonio material con el mismo derecho que al bagaje del espíritu”.



Ah, y esto es muy importante, el amante de los libros no aspira solamente a la lectura sino a la propiedad. Una propiedad que necesita observar todas las solemnidades, requerir todos los requisitos y cumplir todos los ritos que la hagan incontestable. “El amor a los libros se patentiza en el momento exacto de su adquisición”. El verdadero amante de los libros no tolera siquiera la intervención del expendedor para envolverle el libro. Necesita llevarlo desnudo en sus manos, irlo hojeando en el camino, tropezar con alguien o tal vez un poste o un aviso, pisar un charco de agua, de lodo, mierda de perro, sufrir todos los trastornos de un primer encantamiento. Al llegar a su casa, lo primero que hará es grabar en la página inicial el nombre y la fecha del suceso, porque para él toda adquisición es una peripecia que luego vendrá a la mente y será necesario recordar. Pasado el tiempo dirá: “Hace tantos años y tantos días que compré este libro”, como se dice: “hace tanto tiempo que conocí esta mujer”.



Después de cumplir el rito inicial, el amante de los libros se verá las manos, los dedos, ahora está temblando e indeciso cogerá cualquier objeto próximo que sirva para no dañar las hojas mientras las pasa, comenzará a leerlo progresivamente, con vehemencia, sin ligereza alguna, con sobresaltos en el sillón donde se encuentra, se parará y caminará leyendo un momento antes de sentarse de nuevo a seguir leyendo sentado, con estrujones estomacales, como se ama a una novia conforme se la va descubriendo, como se la va conociendo, del libro sale una esencia de mujer, un espectro, un holograma.



Con la misma intensidad con la que se vive una conquista vivirá el amante de los libros su derivado amor intelectual por la lectura. Comenzará con halagos, con caricias, repitiéndole anhelos, implorará conocer la trama, el bullicio, y la lectura jugará con él a su antojo, se divertirá con él antes de entregar siquiera la mano.



“Y durante el proceso de la lectura no resistirá ninguna tentación”.



Cubrirá el libro de caricias y de rasguños causados por contracciones involuntarias; las paginas se irán cubriendo de ojos abiertos y admirados, de largas reflexiones a sus ideas atrevidas, de interrogaciones a sus párrafos oscuros; los pestañeos serán como la respiración, el tomar aliento para seguir mediante la lectura el viaje intelectual, metafísico. Y solamente así –después de haberlo hecho viajar en una combi, entre sus cuadernos, de haberlo leído en la clase de cálculo mientras todos recreaban un ambiente numérico, después de haberlo llevado consigo al baño al sentir el primer llamado del estomago a la actividad del cambio de volumen, después de haberse introducido con él a la cama- podrá decir: he leído el libro y lo he poseído, lo he amado.



“Es por este motivo que el amante de los libros es intolerante con los libros ajenos. Leer un libro es como leerlo a medias. Porque si el libro es nuevo el lector necesitará observar cierta cortesía-forrarlo- probablemente-necesitará, además, ser condescendiente con sus ideas, aceptar políticamente algunos puntos discutibles, combatir de continuo sus impulsos voraces y contentarse, por último, a dar aquí y allá un ligero toquecito a fin de no hacer ostensible, a ojos del propietario, ese abuso de confianza.”



En cambio si el libro prestado es viejo y releído, la situación cambia radicalmente. El lector se aprestará a la lectura con la animosidad y el escepticismo del que consiente recorrer una floresta o una mujer explorada de la que ya se recogieron los mejores frutos, su mejor miel. “Cuando mas, se limitará a buscar algún rincón oculto que haya pasado inadvertido al propietario, y pondrá el regocijo de un verdadero hallazgo”.



Por eso mismo el amante de los libros no frecuenta las bibliotecas públicas. El acto le parecerá tan pernicioso y humillante como cagarse en el salón de clases. “Los libros puestos a disposición de la comunidad son libros fríos, secos, con los cuales no nace ningún acto de verdadero amor, no se genera una verdadera confianza”. Con ellos solo podrá darse un acto de brutalidad, como el de arrancar una de sus páginas o cruzar la calle para llevarlo a fotocopiar, sometiéndolo al rigor de una mujer joven y malhumorada y una máquina por solo diez céntimos.



Hay gente sin embargo, que sólo lee en las bibliotecas públicas o lo hacen mediante el computador. Y aunque, el computador contenga la obra legítima, las mismas letras e incluso, aparezca el fondo limpísimo de una hoja en blanco, el amante de los libros repudiará la luz artificial que emana, la tecnología que lleva impresa la literatura, sucumbirá ante numerosas discrepancias suyas. El amante de los libros no entenderá nunca como hacen esas personas para leer sólo en las bibliotecas públicas, sólo en el computador, le revelará que en el fondo tienen una discapacidad para amar. Porque un libro leído y, sobre todo, amado, es un bien irremplazable, una cualidad adquirida, el dulce en un momento de ansia. Se podrá trazar a mano alzada, la vida misma de una persona, su biografía, sus traumas, su carácter no solamente sabiendo que libros ha leído, sino como los leyó.


------------------------------malosmuchachos.blogspot




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